Opinión

«Es de los nuestros»

En el calificado por las cofradías cordobesas de «abyecto informe» acerca de la titularidad de la Catedral de Córdoba a favor de la Iglesia, han colaborado activamente la vicepresidenta egabrense del Gobierno, Carmen Calvo, y el chico para todo de la izquierda radical española, el granadino Federico Mayor Zaragoza. El objetivo es arrebatar la propiedad de la Catedral-Mezquita cordobesa a la Iglesia, que su titularidad pase en un principio al Ayuntamiento de Córdoba y posteriormente, lo que Alá y Mahoma su profeta decidan después de haberse reunido al respecto. Mayor Zaragoza ha sido muchas cosas. Rector de la Universidad de Granada, ministro del Gobierno con la UCD de Adolfo Suárez, Director General de la Unesco gracias al abrumador apoyo que recibió de los Estados menos aficionados a la libertad, presidente designado por Zapatero de la estúpida Alianza de Civilizaciones y ahora, miembro destacado del comité que pretende hurtar a la Iglesia la propiedad de la Catedral cordobesa.

Granada ha reunido una frondosa inteligencia jurídica. José María Stampa Braun era de Valladolid. Un castellano con raíces de Helvecia y Germania. Fue un brillante catedrático de Derecho Penal en Granada. Allí desempeñó una extraordinaria labor docente, y en Madrid su profesión de abogado penalista sabio y bruído. Manuel Jiménez de Parga, granadino afincado en Cataluña y posteriormente en Madrid, donde ocupó la presidencia del Tribunal Constitucional. Personaje nada querido por el régimen de Franco. Luis Sánchez Agesta, cuyo nombre prestigiaba cualquier movimiento o acción de apertura política. Matías Cortés, quizá el más inteligente abogado, también catedrático, que estableció sus cuarteles en la Capital del Reino, granadino hasta las cachas. Y muchos más.

El franquismo temía especialmente las huelgas en el sector industrial de la minería y los tumultos universitarios. El más divertido titular periodístico referente a la Universidad se debe al diario falangista «Arriba»: «Normalidad en la Universidad Complutense. Las clases siguen suspendidas». En la Universidad de Granada se produjeron huelgas, cargas policiales y disturbios. Estaba pendiente el nombramiento de un nuevo Rector. Y el ministro de Educación acudió al palacio del Pardo a consultar con el Jefe del Estado el nombramiento del Rector idóneo. Nos lo contó, en una agradable comida Manuel Jiménez de Parga, en la que estaban presentes Stampa Braun y Antonio Mingote. El ministro propuso al Generalísimo dos nombres. El de Luis Sánchez Agesta y el del joven Federico Mayor Zaragoza. Franco miró con fijeza a su ministro y permaneció en silencio durante unos minutos, que al ministro se le antojaron siglos. Y habló: «Ese nombramiento es responsabilidad suya. Pero permítame un consejo. Sánchez Agesta es un jurista muy valioso, pero tiene dos caras. La de su lealtad al Régimen y la de su fidelidad a Don Juan De Borbón. Me gusta más el otro, Mayor Zaragoza, que es totalmente de los nuestros». Y Mayor Zaragoza fue designado Rector Magnífico de la Universidad de Granada. Un Rector que no dudó en mostrar su inflexibilidad con los universitarios díscolos y permitió la entrada de la Policía, los grises antidisturbios, al campus de la Universidad cuando las concentraciones de protesta adquirían un tono de riesgo. Era, por lo demás, un Rector joven, atractivo, sonriente y buen conversador, pero ante todo y sobre todo, leal al Régimen que había depositado su confianza en su fidelidad académica.

La vida da muchas vueltas, y después de su paso por el Gobierno de UCD, intuyó que el porvenir se presentaba más diáfano en las izquierdas radicales. Obtuvo la amnistía –no como otros–, de los poseedores de la «Verdad Social», y así hasta ahora, un contestatario de toda la vida.

Pero a Manuel Jiménez de Parga, que le sobraba sentido del humor y agudeza, le divertía contar lo de Franco: «Me gusta más el otro, Mayor Zaragoza, que es totalmente de los nuestros».

Qué cosas.