Opinión

Señor de Puertollano

De aquellos bares de la calle de Serrano ninguno ha sobrevivido. Lo curioso es que los tres mejores bares de Serrano no estaban en Serrano. «Balmoral» en Hermosilla, y «El Aguilucho» y «Gitanillo's» en Claudio Coello. En Serrano se encadenaban «Portosín», el «Roma», «El Corrillo» y «Mozo», donde servían unos pinchos de tortilla que se pusieron de moda y a mi modesto saber y entender eran malísimos. «Balmoral» fue el bar de los señores mayores y la chaqueta y corbata eran obligatorias. El almirante Vierna no saludaba a los descorbatados. Así que llegó Carlos Stuick, propietario de la Real Fábrica de Tapices a tomar el aperitivo un caluroso día de junio con una sahariana y recibió este saludo del almirante: –Lo siento, Carlos, pero no alterno con bereberes–. El barman de «Balmoral», Ángel Jiménez, un gran señor, escribió un libro delicioso de las memorias del que era «el Bar» por excelencia, hermano del restaurante «El Bodegón» de Jacinto Sanfeliú, un catalán que triunfó en Madrid gracias a su trabajo y buen gusto. «El Aguilucho» era una estupenda y carísima marisquería sita en el chaflán de Claudio Coello con Hermosilla, frente al Teatro Beatriz. Su dueño, Pablo, destacaba por su tacañería. Muchísimas pesetas me dejé en «El Aguilucho», y el día que cumplí 20 años, Pablo me convidó a ¡tres camarones! Era un bar concurridísimo en el aperitivo del mediodía. Tomaba con un amigo unas cañas Chinchorro Gandarias, cuando entró una mujer joven y guapísima. El amigo comentó: –¿Sabes, Chinchorro? Me gustan todas las mujeres menos la mía–; y Chinchorro remachó la faena. –Me pasa lo mismo. Me gustan todas las mujeres menos la tuya–. Pero mi preferido era el «Gitanillo's», cuyos dueños, Curro y Rafa Vega de los Reyes, hijos del formidable «Gitanillo de Triana», encomendaron a Laureano González la jefatura y dirección del bar. Laureano acaba de morir, y me sale del alma rendirle un homenaje. Medio payo medio gitano, nacido en Puertollano y con alguna raíz portuguesa en su sangre. Nadie como él ha preparado en la historia de la humanidad los boquerones en vinagre. Agradable con todos, oportuno, divertido y con un gran sentido del humor. Un cliente, a la muerte de Franco, acudía todos los días de riguroso luto, como un chipirón. Tres años más tarde seguía con el luto. Un mediodía se sorprendió al ver a Laureano vestido de negro, cuando su uniforme de diario se adornaba con una impoluta chaqueta blanca. –¿Por qué vas de negro, Laure?–, le preguntó el eterno enlutado; –por mi bisabuela–; –lo siento mucho. ¿Cuándo falleció?–; –hace exactamente 77 años–. El chipirón cambió de bar.

En «Gitanillo's» se sentaban diferentes peñas. Allí conocí al incomparable Arturo Fernández, que hacía estragos entre el mujerío. –Laure, prepárame un «blody Mary», que me da bastante asco, pero parece que es lo elegante de moda–. Aquel Madrid ha desaparecido. Para mí, que todos aquellos bares son hoy en día establecimientos de «Zara». Laure fue ayudante de barbero. Uno de los clientes era «Manolete» y don Rafael Vega se lo llevó a su primer restaurante, «La Pañoleta», donde los maletillas comían un menú gratuito que les servía Laureano. Laureano trataba con el mismo respeto y cortesía al duque de Pinohermoso que al maletilla con menos posibilidades de triunfar en el mundo del toro, con una diferencia. Al duque le cobraba la consumición y al maletilla no.

La noticia de su muerte me ha entristecido, porque se ha marchado un hombre bueno que regaló a miles de personas su buena educación y su sonrisa. Cuando algo no le gustaba en el servicio del bar, ordenaba con la mirada, sin levantar la voz ni llamar la atención. Madrid pierde mucho cuando se van los que dibujaron su ambiente y su alegría.En el caso que hoy lamento, el camino hacia arriba de don Laureano González, adoptado por los Vega de los Reyes, señor de Puertollano, aprendiz de barbero y jefe de sala de uno de los bares más añorados de aquel barrio de Salamanca, la teta de Madrid. Ya estará junto a don Rafael, contemplando sus sierras desde lo alto.

Lo imperdonable, su único detalle de egoísmo, es que se ha llevado el secreto de sus boquerones en vinagre.