Opinión
Imbécil
El origen de una voz se aleja en muchos casos de su significado real. Creo que «imbécil» proviene de «in báculo», el débil que precisaba de un bastón, o una vara, o cualquier instrumento de apoyo para moverse. De la debilidad física a la intelectual. El imbécil no era otra cosa que aquel que necesitaba de un apoyo, de una ayuda para pensar, discernir o simplemente, entender cualquier situación, cuestión o problema. Yo soy, por ejemplo, un perfecto imbécil aritmético o matemático porque, ni con báculo, ni con ayuda o apoyo he conseguido resolver el más sencillo y elemental problema en aritmética, y menos aún, en matemáticas.
La Real Academia Española es condescendiente con el imbécil. Sus acepciones son breves. «Imbécil: Del latín, “imbecillis”. Alelado, escaso de razón. Flaco, débil». Se muestra más pujante con la imbecilidad: «Imbecilidad: Del latín, “imbecillitas/ atis”. Alelamiento, escasez de razón, perturbación del sentido. 2/ Acción o dicho que se considera improcedente, sin sentido, y que molesta. 3/ Minusvalía intelectual originada por ciertas disfunciones hormonales. 4/ Flaqueza, debilidad». Y admite el adverbio «imbécilmente»: Con «imbecilidad».
El tiempo y la costumbre son menos proclives al academicismo. En la actualidad, un imbécil es un majadero, un tonto, un necio, un idiota, un retrasado, un cretino, un faltoso, un débil mental, un insensato, un mentecato, un borrico, un ganso, un papanatas y un babieca, como así consigna don Fernando Corripio en su «Gran Diccionario de Sinónimos», editado simultáneamente por Bruguera en 1977 en Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Caracas y Mexico DF. En América, por lo tanto, ser señalado como imbécil es tan desagradable como en España.
Podría estar escribiendo del doctor Sánchez, que encaja perfectamente con muchos de los sinónimos previamente enunciados. Pero no. Escribo de Rodríguez Zapatero, que por su defensa inadmisible de una dictadura comunista, la bolivariana de Venezuela, ha sido tildado de imbécil por el secretario general de la Organización de Estados Americanos, don Luis Almagro.
«Por sus dificultades de comprensión, Zapatero transcurre por el más alto grado de imbecilidad». En este punto, habría que añadir a su burricie comprensiva, su exceso de hipocresía y cinismo. El secretario general de la OEA se permite aconsejar a Zapatero, ofrecerle su apoyo, abrirle las ventanas de su alelamiento, y lo hace con elegante cortesía: «Le aconsejo que no sea imbécil. No se puede defender una dictadura como él ha hecho en 2016, 2017 y 2018. Eso sí que es ser un político arcaico y anacrónico». Le solicita el entrevistador a don Luis Almagro su opinión acerca de la teoría zapatera en la que acusa a los Estados Unidos de ser los culpables de la ruina, el hambre, la tortura, la indefensión, la persecución de la libertad y la quiebra de Venezuela. Y el mandatario americano le responde: «Esto es aún más grave que lo anterior. No entiende nada. Las sanciones al régimen comunista de Maduro, a la dictadura venezolana, impuestas por los Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de los países latinoamericanos, no pretenden nada que afecte a Venezuela. Han sido adoptadas contra un régimen que mantiene su poder gracias a la corrupción y el narcotráfico».
El infame Zapatero puede molestarse conmigo por haberle lanzado al saco de la infamia. Pero nada más. Ha sido la Real Academia Española, el diccionario de Corripio y el secretario general de la Organización de Estados Americanos los que le han puesto en su incómodo lugar, en su sitio perverso.
Hay otros que comparten la imbecilidad, pero mejor lo dejo para otro día, que hoy ya he alcanzado el límite de mi espacio.
Atentamente.
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