Opinión

Bonito

Respeto a quienes consideran que este Gobierno del doctor Sánchez es un «Gobierno bonito». El gusto es libre. Los hay que disfrutan conduciendo un descapotable blanco. A mí se me antoja una terrible horterada, pero no pretendo imponer mi punto de vista. Todo aquello que es bonito por obligación resulta, en ocasiones, decepcionante. El Taj Mahal, por ejemplo. Una tarta blanca. Lo confesó una actriz muy mona durante su tercer viaje de novios, recién casada con un actor vestido de actor. «Lo más emocionante, el beso que nos hemos dado con el Taj Mahal de testigo». La frase queda culta, pero cursi. En su cuarto viaje de novios, con otro actor vestido de actor, la misma actriz sentenció: «Nos hemos prometido ante el mar Mediterráneo mantener nuestro amor toda la vida». ¿Bonito? Según se mire. El Mediterráneo sobra en tan sincera promesa.

Uno a uno, los miembros del Gobierno del doctor Sánchez no son bonitos. Ni Borrell es bonito, ni Margarita Robles bonita, ni Carmen Calvo para tirar cohetes. Pero pontificar de lo bonito y lo feo es una falta de educación. Él sí es bonito. Lo reconozco. Se puede afirmar sin margen de error, que el doctor Sánchez es el más bonito de los presidentes que hemos tenido en la libertad recuperada y en trance de ser perdida definivamente. Más bonito que Adolfo Suárez, que Leopoldo Calvo-Sotelo, que Felipe González, que José María Aznar, que Jose Luis Rodríguez Zapatero y que Mariano Rajoy. Tan bonito como el enorme jarrón de cristal de La Granja de mi tía Arancha Zaldumbide Ussía, que murió a los 97 años en la más estricta pureza. Era precioso, pero jamás supo donde ubicarlo y no servía para nada. Como si en lugar del jarrón hubiera tenido al doctor. A su muerte, lo heredó mi primo Estanislao. Se negó a subastarlo, y dignamente lo dejó caer desde lo alto del acantilado del cabo Machichaco, y del jarrón nunca más se supo. Del presidente bonito sabemos todos los días algo nuevo, y resulta lamentable que no lo haya heredado mi primo Estanislao.

Para mí, más que Gobierno bonito, el del doctor Sánchez es un Gobierno coordinado. De repente, y sin hablar entre sus componentes, todos se han puesto de acuerdo. Ministros, delegados del Gobierno, pelotas y hasta la licenciada Gómez, esposa del doctor, que ha anunciado que tendrá «agenda propia». Es bonito lo de la agenda propia. Al fin tenemos en España una mujer de presidente del Gobierno con agenda propia. Bueno, que me voy por los cerros de Úbeda. Todos, al unísono, han manifestado su dolor por la situación de presos preventivos que sufren los golpistas y rebeldes, presentes o huídos, del separatismo catalán. Es bonito lo buenos que son. Los menos expresivos, Marlasca y Duque. El primero es magistrado y se conoce al dedillo el Código Penal. Lógico que sea prudente. Y el segundo, el astronauta, todavía permanece en el espacio y no se ha enterado de lo que tiene que hacer cuando su cápsula retorne a Cabo Cañaveral. Por los muchos años que ha pasado en los Estados Unidos tendrá una idea de cómo las gastan por aquellos pagos con los ciudadanos de Wisconsin –por ejemplo–, que pretenden que Wisconsin se independice del resto de los Estados.

¿Es bonito el doctor? Lo es. Admitida la premisa, lo que urge es saber qué hacemos con esa preciosidad los españoles. Lo de mi primo Estanislao me parece muy fuerte. No es recomendable lo del cabo Machichaco. El deseo común es que haya elecciones y los ciudadanos de España elijamos entre las dos opciones que las urnas nos presentan. O mandar definitivamente al doctor bonito a freir monas –no se enfaden los animalistas que es frase hecha–, o contemplar como España desaparece de golpe del mapa gracias a las majaderías de nuestra belleza masculina nacional.

En tal caso, lo bonito del bonito no sería tan bonito, y reconozcan que este final me ha salido de dulce de membrillo.