Opinión

Cameros

Sierra de Cameros, enclave privilegiado, desprendido de la sierra de la Demanda, límite altivo de La Rioja con Soria. Robledales y hayedos. Corzos en sus brañas y alcores. Muy a mano, el nacimiento del Duero, el del largo camino hacia el Atlántico portugués. Duero, Douro, de oro. Pueblos, aldeas y barrios. Entre los lugares menos vividos por el hombre, Aldeanueva de Cameros, con veinte habitantes censados. Entre ellos, don Miguel Gómez. Se ha casado don Miguel Gómez y los vecinos de Cameros observan, por primera vez en su vida, que son muchos más los policías y guardias civiles que los naturales, los que se quieren y se aborrecen, los que se sientan a tomar el sol en los bancos de la recoleta plaza, los que guardan en sus aprecios y sus rencores el pasado jamás borrado de los pequeños pueblos.

Don Miguel se casa. Lo cierto es que la boda de don Miguel apenas interesa a los vecinos de Aldeanueva de Cameros. Los castaños de la ladera sur ya están dejando caer los erizos con sus frutos. Más madridistas que culés.

Pasa un helicóptero. Parece que se va, pero retorna. Un helicóptero sí es novedad en Aldeanueva de Cameros. Después de una pasada a baja altura, el helicóptero, un Super Puma perteneciente al 402 Escuadrón del Ejército del Aire toma el rumbo hacia la base de Agoncillo. Ignoran los cameros de Aldeanueva que ese helicóptero tan hermoso y bien llevado también es de ellos. En Agoncillo descienden sus ilustres ocupantes. El doctor Sánchez y doña Begoña, la experta en África. De ahí, un generoso dispositivo de coches y motos abandonan la base y enfilan hacia Aldeanueva de Cameros. Sirenas y bocinas. El doctor «cum fraude» y la experta en la hambruna somalí van de boda. A la boda de don Miguel. De don Miguel Gómez, hermano de doña Begoña, que casa con doña Fayette Proper, de los Proper de siempre o de los Fayette o Lafayette de toda la vida, los de las Galerías Lafayette de París.

Sol en lo alto, sombras frescas de fresnos y magnolios en el jardín. El señor Gómez, padre del novio, ha abandonado sus salas de masajes masculinos por unas horas. El negocio marcha sobre ruedas. Don Miguel presume de la notable belleza de Fayette, propietaria del Estudio de Interiorismo Nimú, de prestigio internacional. Consumido el ágape, el doctor Sánchez y la licenciada en Danzas de los Masai, montan en su coche y la comitiva se dirige hacia Agoncillo. Los miembros de las Fuerzas de Seguridad también desaparecen, y Aldeanueva de Cameros recupera una parte de su capacidad respiratoria.

En Agoncillo les aguarda el helicóptero del Ejército del Aire. Porque una boda, una fiesta privada, un guateque familiar, obliga a intervenir a nuestros pilotos, a volar a nuestros helicópteros y a pagar entre todos los 5.000 euros a la hora de gasto de combustible. De haber cubierto el viaje por carretera, apenas dos horas de trayecto, y la factura a pagar rebajada en un noventa por ciento. Pero el doctor desea aprovechar sus últimas oportunidades de viajar de gorra en helicóptero, y es muy suyo en sus obsesiones.

Cae la tarde y los invitados abandonan, ya noche de verano tardío, Aldeanueva de Cameros. Quedan allí los veinte de siempre, los de todos los días. Muy pocos entre ellos han sido invitados a la boda de don Miguel, y a ella la gente de pueblo no le atrae en exceso, más aún cuando se ha acostumbrado a ser objeto de la vieja cortesía de la nobleza. De la sierra de la Demanda nace la ancestral y nostálgica melancolía de los pastores que llevan sus rebaños a pastos más cálidos. «Ya se van los pastores/ a la Extremadura./ Ya se queda la sierra/ triste y oscura». Triste y oscura quedó la sierra. Y sobre Madrid, el helicóptero anuncia la llegada de los ilustres viajeros que vienen de una boda. – Perico, desde que eres presidente lo estoy pasando de toma pan y moja–; –y lo que te rondaré morena, o rubia, o lo que seas, que esto no ha terminado todavía–.

Pssflup. El helicóptero se ha posado.