Opinión
La jauría
A la jauría independentista, salvaje, sucia y paleta, sólo le hace falta matar. Lo hará pronto, y quizá en los próximos días. Es capaz de acabar con la vida de uno de los suyos para responsabilizar de su muerte al «Estado Opresor». Han enloquecido los envenenados, los que han estudiado desde niños la peor asignatura de todas y la han aprobado con brillantez. El odio a España, el odio a uno mismo, el odio a las raíces compartidas. Ese odio se ha adueñado de los niños, los jóvenes y los adultos gracias a los planes de estudio,a las intoxicaciones del llamado periodismo «moderado», a la infección purulenta y cotidiana de TV3 y las emisoras de radio impostoras, algunas de ellas, condales.
He visto las imágenes y me han aterrorizado. No el aspecto de vertedero y cubo de basura de los manifestantes manejados y contratados con nuestro dinero. Son igual de violentos y feos en Barcelona que en Madrid, Bilbao, La Coruña o Sevilla. Lo que me ha aterrorizado es la reacción de la llamada Cataluña moderada. Ahí se cocina todo, gracias a la deslealtad y la cobardía acumulada durante decenios. Chistorra ha sido sincero. «Que quede claro. Esto es una guerra contra el Estado». Ahora le corresponde al Estado responder con la misma claridad. Contra la guerra, la guerra. Contra la violencia, la violencia. Contra la rebelión, la Justicia.
Desde sus temerosos escondites, el cagueta, menguado y gallina Puigdemont miente y atiza el fuego del odio contra España todos los días. En España, Chistorra es un presidente de la Generalidad con un lacito amarillo en la solapa. Es el lacito solidario con los golpistas catalanes encarcelados, cuya custodia le ha encomendado Begoña Gómez, la presidenta del Gobierno de su marido. Que tenga narices y les abra las puertas de las cárceles. A ver que tal. Tiene las llaves a su disposición. Desde su millonaria comodidad, ahí siguen sin ser molestados los principales responsables del odio y la violencia. El Nada Honorable Jordi Pujol, su mujer y cómplice y su familia de ladrones. No son los hijos los principales responsables de las comisiones percibidas y los sobornos ingresados. Son los padres, los intocables, los impermeables a la acción de la Justicia de un Estado de Derecho. Desde su tupé, Artur Mas, el chulo, el prepotente, el «aquí estoy yo y soy el “raspunsapla”» al Mas que pacta, que se esconde, que casi desaparece y que pinta de sepia los fondos de sus gayumbos. Y ahí están, y se sabe quienes son, los agentes del orden catalanes, los Mozos de Escuadra, muchos de ellos alineados en las filas violentas, traidores a lo que representan y han jurado y prometido. Ellos, los Mozos de la traición –que no lo son todos–, han sido acariciados mientras los guardias civiles y policías han recibido el trato más despiadado, injusto y cruel de las autoridades autonómicas y municipales de Cataluña. Y detrás de todos ellos, el dinero limpio de los impuestos de los españoles, el dinero turbio de los regalos del Gobierno de Gómez a cambio de la indignidad, y el dinero sucio del capitalismo separatista, que tanto confía en el futuro de Cataluña, que guarda sus riquezas en Andorra, Liechtenstein, Zurich, Ginebra y lo que resulta más curioso, Madrid.
Pero todo habrá sido una representación más o menos burda de una falsa patraña, de una tragedia mal representada, hasta que un hombre o una mujer mueran por la violencia en la calle. Desde ese momento no hay patraña ni representación. Y serán responsables todos los que han contribuido a la locura, al despropósito, al golpe y a la paleta indignación del aldeanismo embrutecido. También los dueños silenciosos y cómodos de la colaboración amistosa y social de los últimos decenios con sus envenenadores. El paraíso convertido en basurero, porque Cataluña era un paraíso. No hemos sido sus hermanos de España los que hemos llevado a Cataluña a las cloacas. Han sido ellos. Y lo saben. Todo tendrá una mala solución hasta que aparezca el muerto. Si aparece, no habrá solución posible.
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