Opinión

De Tarradellas a la mugre

Don Juan, Conde de Barcelona, padre del Rey Juan Carlos I y abuelo del Rey Felipe VI, sufrió un primer aviso de desprendimiento de retina. Posteriormente, en la clínica Barraquer de Barcelona, se sometió a dos operaciones en la retina de su ojo derecho que le practicó el equipo del doctor aragonés Alfredo Muiños, y a una intervención en la córnea por el doctor Joaquín Barraquer. Recibió la visita del Presidente Tarradellas, con el que congenió al momento. Cuarenta años de exilio compartido facilitan la mutua simpatía. Y Tarradellas, militante de ERC, invitó a Don Juan a visitar el palacio de la Generalidad en la plaza de San Jaime. Cuando fue dado de alta, lo primero que hizo el padre del Rey fue cumplir con la invitación.

A las 11 en punto llegó Don Juan a las puertas de la Generalidad, acompañado por el marqués de Castelldosrius, el conde de Montseny y el de los Gaitanes, que se desplazó desde Madrid. Fue Don Juan recibido por un Consejero del Gobierno autonómico, lo cual produjo una cierta extrañeza. «El Presidente le espera en el despacho».

Ascendieron por la escalera a la planta presidencial. Se abrían a su paso los despachos adyacentes y la Secretaría. Al fin se abrieron las puertas del despacho del Muy Honorable Presidente de la Generalidad de Cataluña, Josep Tarradellas. Aguardaba a Don Juan en el centro del recinto, de rodillas. Don Juan acudió a saludarlo e incorporarlo, pero él se mantuvo arrodillado. «Recibo con honor y respeto, a la vieja usanza, a mi Señor Natural el Conde de Barcelona». Y besó su mano derecha. El veterano político catalán, catalanista y republicano, recibió de ese modo en la Generalidad de Cataluña al todavía Jefe de la Casa Real Española, Rey de derecho y no de hecho y Conde de Barcelona.

Su posterior larga estancia en la Ciudad Condal coincidió ya con Jordi Pujol al frente de la Generalidad. Pujol siempre fue respetuoso y acogedor con Don Juan y su presencia en la clínica Barraquer para visitar al Conde de Barcelona era habitual. Ella no. Después de una cena en San Jaime, Don Juan definió en privado a Marta Ferrusola: «Es un bicho». Pujol también lo era, pero lo disimulaba a las mil maravillas.

Le narraba esta anécdota histórica a Manuel Pizarro días atrás. Pizarro, si Casado es inteligente, que lo es, está llamado a ocupar altas responsabilidades políticas en Madrid. Y claro, establecimos toda suerte de comparaciones. El político catalán con sentido de Estado y respeto a la Historia, y la escoria infectada que hoy gobierna en la enfrentada Cataluña. El político que mantuvo durante 40 años el prestigio de la Generalidad de Cataluña en el destierro, y el Jefe de la Casa Real de España que sostuvo la independencia y ejemplaridad de la Corona en el exilio, no admiten comparación posible con las cloacas políticas de nuestros días. Un Presidente del Gobierno de España abrazado a los separatistas, podemitas y terroristas, y un Presidente de la Generalidad violento, incendiario, y adversario reconocido de más de la mitad de sus conciudadanos. El honor y la miseria. El patriotismo y la traición. La armonía y la violencia. Y fue ayer.

Pienso en los millones de catalanes que sufren día tras día el acoso salvaje de la jauría independentista. Pienso en aquella ciudad de Barcelona que abría sus brazos a todos los que de fuera llegaban. Pienso en su nivel cultural de metrópoli europea convertida en una inmensa urbe sometida a la aldea. Pienso en aquellos hombres de cataluña y el resto de España que supieron comprenderse, admirarse y sentirse unidos por el bien común de todos los españoles. Y pienso en el republicano y catalanista Tarradellas recibiendo en su despacho, de rodillas, a la vieja usanza, con honor y respeto, a su Señor natural el Conde de Barcelona.

Lo escribo y cuento tal como fue, y siento asco y repugnancia por lo que hoy sucede.