Opinión
Patinetes
Escribo con el susto metido en el cuerpo. He salvado la vida de milagro después de seis atentados fallidos contra mi persona en apenas veinte minutos. Desde la plaza de Alonso Martínez a la confluencia de Miguel Ángel con Martínez Campos, me he visto obligado a brincar para no ser arrollado por seis terroristas de patinete. Entre ellos, un niño, que al menos ha exhibido sus habilidades. Se dirigía hacia mí a gran velocidad, y cuando la colisión de su patinete con mi persona parecía inevitable, ha dispuesto su cuerpo en un escorzo muelle desviando unos centímetros el vehículo asesino, que ha pasado rozándome las corvas. No repuesto del agobio, ha surgido de un chaflán la gorda del patinete. Les aseguro que entre elegir toparme en la noche en un descampado con Nuria de Gispert o en pleno día y en la calle de Almagro con la gorda del patinete, me abrazo a la De Gispert. Vestía la gorda un chándal verde hoja de acacia con un escudo bordado a la altura de su abundante teta izquierda. El patinete eléctrico, el más grande que se puede adquirir en comercio especializado, un patinete 4x4, probablemente de la marca Land Rover. No circulaba a gran velocidad, porque la conductora superaba sin duda alguna el centenar de kilogramos, pero pocos segundos antes de cruzarme con ella, ha sobrevolado Chamberí una escuadrilla de aviones del Ejército del Aire en formación, con vistas al desfile del 12 de octubre. Y la gorda, sin detener su patinete 4x4, ha desviado su atención al claro cielo de Madrid, obligándome a saltar y ponerme a buen recaudo en la planicie de un banco callejero. No contenta con ello, y ya con la atención centrada en la conducción, me ha mirado con furia y me ha soltado con tono de berrinche: «¡Si no sabe pasear, quédese en su casa!».
En el paso de peatones de Almagro con Zurbano, he sido adelantado en la zona cebra por un ejecutivo agresivo que simultaneaba la dirección de su patinete con el uso de su móvil último modelo. Por su expresión, respondía un mensaje amoroso. Un anciano que cruzaba en sentido contrario ha recibido un fuerte golpe del enamorado ejecutivo, que no se ha detenido para excusarse ni interesarse por la salud de su atropellado. Para mí, y no lo deseo en absoluto, que el anciano ha fallecido, porque después del arrollamiento presentaba un aspecto fatal, un color cerúleo en el rostro y apenas podía emitir sonidos. He rezado por él, y a la llegada de la ambulancia del Samur, he proseguido la marcha.
He calmado mi pavor sentado en la terraza de un bar, concretamente del bar «El Yate», sito en Martínez Campos. Degustaba mi licopodio cuando un estrépito me ha sacudido. Un hombre maduro, que salía del túnel de Mercadona con bolsas y conducía un patinete eléctrico, para evitar llevarse por delante a una joven madre con coche de bebé con bebé en su interior, ha colisionado con la mesa que se ubicaba exactamente al lado de la mía. Sillas por el suelo, gritos de peatones y demás consecuencias de un choque violento. Al menos una compensación. En una de las bolsas llevaba un frasco de cristal con mostaza en su interior, y se ha quedado sin mostaza. Frasco roto y mostaza derramada. Me ha parecido justo el castigo.
Y otro niño, y una chica monísima con auriculares, y un repartidor de mensajería... En un trayecto de apenas ochocientos metros, seis kamikaces con patinete eléctrico, si bien el peligro mayor lo llevaba inmerso en su corpachón la hipopótamo hembra con chándal color verde acacia. Seis ataques de terroristas con patinete sin contar los de las bicicletas. Pasear por Madrid se ha convertido en un ejercicio de alto riesgo, y aquí me tienen, en casa, con las diástoles y las sístoles disparadas, y el estómago ocupado por invisibles cardúmenes de pirañas.
Propongo al futuro alcalde o alcaldesa de Madrid, que espero no sea la misma que hoy gobierna en el Ayuntamiento, la publicación de un bando Municipal por el que se obligue a los transeúntes a pasear con un casco con barbuquejo. Porque al paso que vamos, y si aumenta el número de patinetes eléctricos en las calles de la Villa y Corte, el número de viandantes fallecidos se va a multiplicar por diez. Y mucho cuidado con la gorda. El que avisa no es traidor.
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