Opinión

Ciudades estatuto

El Premio Nobel de Economía de 2018 ha recaído sobre Paul Romer y William Nordhaus, dos investigadores que han efectuado valiosas aportaciones en materia de crecimiento económico, cambio climático y ciclos económico-políticos. Romer es considerado el padre de los modelos de crecimiento endógeno, donde se tiene explícitamente en cuenta el rol del conocimiento y de la innovación a la hora de impulsar el propio crecimiento. Asimismo, Nordhaus ha analizado los límites de nuestra capacidad para expandirnos a largo plazo sin tomar suficientemente en consideración las externalidades ecológicas negativas, como sucede de manera paradigmática con el cambio climático. Permítanme, sin embargo, centrarme en una de las ideas de política económica aplicada más novedosas e importantes de Paul Romer: las ciudades estatuto («chárter cities», en inglés).

Para Romer, el problema de muchas ciudades existentes es que se hallan centralmente planificadas por los estados modernos. La ciudad, que es el espacio comunitario en el que habita más de la mitad de la población mundial y que, además, es responsable de la generación de prácticamente todo el PIB global, no está experimentando casi ningún tipo de innovación en materia urbanística, de provisión de servicios municipales o de reglas de convivencia. Prácticamente todas las ciudades existentes arrastran inercias históricas y regulatorias que vuelve imposible rediseñarlas desde cero y bajo criterios empresariales. Es ahí donde la propuesta de «ciudades estatuto» cobra sentido. Si un gobierno reconoce una fuerte autonomía autorregulatoria a las nuevas ciudades que puedan crearse dentro de un país, esas nuevas urbes podrían organizarse de modos completamente distintos a los actuales, descubriendo soluciones innovadoras a los problemas de convivencia comunitaria que hoy padecemos (¿Cómo lograr vivienda más asequible? ¿Qué hacer con los pisos turísticos? ¿Qué hacer con las congestiones de tráfico y la polución? ¿Cómo organizar de manera más eficiente la recogida de basuras?

¿En qué zona de la ciudad deben instalarse las fábricas o los laboratorios? ¿Qué hacer con las escuelas y los hospitales?, etc.). La autonomía municipal, para Romer, no sólo contribuiría a experimentar y descubrir modelos de gestión radicalmente distintos a los actuales, sino que también fomentaría la competencia entre ciudades, presionando a las menos eficientes a que rectifiquen. Como dice el Premio Nobel, una ciudad estatuto es el equivalente a una «start-up urbana». Puede que esta idea de las ciudades estatuto no parezca especialmente seductora en los países desarrollados, dado que más del 80% de su población ya reside en urbes constituidas (y, por tanto, el margen de creación de nuevas ciudades no es muy alto). Pero, en cambio, sí es absolutamente revolucionaria en países en vías de desarrollo, donde más del 60% de la población todavía vive en el campo y, por tanto, necesariamente irán migrando hacia ciudades que todavía no existen a lo largo de las próximas décadas. ¿Cómo fomentar el crecimiento, la innovación y la convivencia? A través de ciudades autónomas regidas por su propia constitución. El modelo político del siglo XXI, de acuerdo con Romer, deberían ser ciudades como Hong Kong, Singapur o Liechtenstein.