
A pesar del...
Igualdad progre
Como la evidencia empírica no avala las predicciones apocalípticas de los progres, admiten a regañadientes que, al revés de lo que predican, la desigualdad en el mundo disminuye y la prosperidad aumenta gracias al mercado
Thomas Piketty y Michael J. Sandel desbarran sobre el tema favorito de la corrección política en «Igualdad. Qué es y por qué importa», que publica Debate.
Como la evidencia empírica no avala las predicciones apocalípticas de los progres, admiten a regañadientes que, al revés de lo que predican, la desigualdad en el mundo disminuye y la prosperidad aumenta gracias al mercado. Como si se avergonzaran de reconocer sus errores, se apresuran a subrayar que no es gracias al capitalismo sino a las «batallas» y a un Estado «generoso», porque el mercado es socialmente nocivo, y contamina, etc. Pereza de tíos.
Hay dos aspectos importantes, empero, que no dan pereza sino que suscitan inquietud. Por un lado, sus deficiencias analíticas. No son capaces de explicar de dónde proviene la riqueza, que solo conciben como explotación, nunca como cooperación. Y carecen de una teoría solvente sobre el Estado, con lo cual no pueden dar cuenta de su evolución en el último medio siglo.
Por otro lado, no creen que la coacción política represente problema alguno. Para ellos los «límites morales» han de afectar al mercado, no a los gobernantes. Si hablan de «poner freno al poder» se refieren a las empresas, nunca a los Estados. Su solución, de hecho, son unos «Estados Unidos del Mundo», nada menos. No les preocupa que eso pueda poner en riesgo la libertad humana; en cambio, lo que sí les preocupa es que haya medios de comunicación privados, lo que conspira contra su idea de igualdad.
De hecho, todo lo privado es motivo de sospecha, y hay que controlarlo. Algunas propuestas son deliciosas, como que los sindicatos tengan «al menos un 50 por ciento de derecho a voto» en las empresas, porque eso sería «democratizar» la economía. Todo el rato hablan de «deliberación democrática», «autogobierno» y «participación», pero no quieren dejar a la gente elegir: los Estados deben crecer y los impuestos deben aumentar; eso sí, más sobre los más ricos, para que la clase media no sea reticente y acepte así que el peso del Estado llegue al 80 por ciento de la economía. Angelitos.
En esta apoteosis totalitaria para «desmercantilizar», es decir, para quitarle a la gente su propiedad –«el dinero no es tuyo»– hay algunos momentos divertidos. Les gustan los socialistas como Bernie Sanders y Elizabeth Warren, pero lo ideal serían líderes «no tan blancos».
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