Opinión

Derechos y derechas

La filóloga se llama Beatriz Galiana y es diputada de Podemos en el Parlamento de Madrid. Doña Beatriz es dueña de una bella voz, habla con donaire y destaca por su culta sabiduría. Como Lord Wilmore en la Cámara de los Lores según el redactor del «Times» Miles Straton: «Cuando Lord Wilmore interviene, se apodera de la noble Cámara un silencio expectante, una bóveda de atención que sólo despierta cuando Wilmore , cumplido el trámite, calla y sestea». Doña Beatriz Galiana también yerra. Y le ha soltado un soplamocos al idioma, un puñetazo al lenguaje, digno de aquel boxeador de su mismo apellido, Fred Galiana, que repartía en el «ring» unas collejas impresionantes. No lo afirmo, pero estimo que puede intuirse un cercano parentesco entre una y otro.

Doña Beatriz, la gramática de Podemos, emulando a su jefa natural la condesa de Galapagar con su «portavoz y portavoza», ha afirmado en su turno de palabra «que hay niños con más derechos que otros niños, y niñas con más derechas que otras niñas». Creo que en una comunista no parece coherente establecer diferencias y agravios comparativos entre los derechos de los niños y las derechas de las niñas, porque en el comunismo no existen los derechos, y menos aún, las derechas. Pero admitiendo su buena voluntad, cabe preguntarse a que derechas se refiere cuando se ocupa de las niñas. La respuesta la custodia su socia en el Gobierno de España, la ministra de Justicia, doña Dolores Delgado, que días atrás, se defendió en el Congreso acusando desde su airada inocencia a las derechas, las extremas derechas y las extremas extremas derechas, es decir, las derechísimas.

Los ornitólogos saben que entre el macho y la hembra de los mirlos apenas hay diferencias de tamaño y color del plumaje. En la feria de Jerez, tan bellísimamente glosada por don José María Pemán, un feriante vendía mirlos y mirlas. A primer golpe de vista, no se apreciaba la diferencia entre los mirlos y las mirlas. Y un paseante, curioso él, se lo preguntó: –¿Cuánto cuesta un mirlo y cuánto la mirla?–; –exactamente lo mismo, señor. Cinco euros–. –Pues le compro una mirla–; –aquí la tiene, señor, se lleva la mirla más bonita de Andalucía–; –¿cómo sabe que es una mirla y no un mirlo? A mí me parecen idénticos todos los pájaros que vende usted–; –muy fácil, señor. Toma usted el pájaro entre sus manos, y con mucha dulzura, le acaricia el buche de arriba hacia abajo, a favor de las plumas. Si el pájaro se pone contento, es un mirlo, y si se pone contenta, es una mirla–. Sucede que aquel vendedor tenía más arte y gracia que la filóloga Galiana, como aquel propietario de un restaurante del barrio de La Viña en Cádiz, amigo de Antonio Burgos, que para vender el pescado expuesto en el mostrador refrigerado, lo ofrecía con un cartel que decía: «Todos los pescados que se venden en este establecimiento han trabajado de extras en las películas del comandante Cousteau». Y el arte hacía el milagro y los vendía.

Pero no tiene aspecto la filóloga de Podemos incrustada en la Asamblea de Madrid de ser graciosa y divertida. «Los derechos de los niños y las derechas de las niñas» nada tienen de humor voluntario. Lo ha dicho porque es muy burra, y forma parte de la legión retroprogresista que se empeña en escachifollar nuestro idioma. Se trata de una nueva joya de la cursilería asnal del buenismo de género. Pero hay que agradecérselo.

Si estas melonadas fueran lo más peligroso de Podemos, se aceptarían con gozo y alborozo. Lo malo es que mientras la filóloga Galiana pronunciaba semejante bestialidad, su jefe el conde de Galapagar, acudía a negociar los presupuestos del Estado en nombre del doctor Sánchez con un golpista encarcelado por un delito de rebelión contra España. Eso es lo malo de Podemos y del PSOE. Lo de los niños, dentro de lo que cabe, me parece hasta cachondo.