Opinión
«In vídeo véritas»
Hace pocos años, la animadversión, el odio y la tirria que sentía Pablo Iglesias por la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía lo reconocía en público con especial orgullo. «Me emociono cuando veo en una manifestación que apalean a un policía». En mi opinión, ese reconocimiento de emoción supera la línea del delito, pero ningún fiscal se tomó sus emociones en serio. «In vídeo véritas». La animadversión, el odio y la tirria hacia nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado permanecen en el páncreas del nuevo millonario, que transcurre por una época en la que el interés personal sobrevuela a sus aborrecimientos. «Los policías no protegen a la gente. Son matones al servicio de los ricos». «In vídeo véritas». Ahora, a petición suya, inmediatamente atendida por el ministro Marlasca –el día que me explique lo de la «k» en su apellido lo escribiré de acuerdo a su gusto y capricho–, le ha sido concedida seguridad oficial durante las veinticuatro horas del día a cargo de la Guardia Civil. Tres turnos como mínimo, seis guardias civiles destinados a guardar el hogar y amplia parcela que los Iglesias disfrutan en la modestísima localidad de Galapagar, donde nadie se ha creído todavía el precio que supuestamente pagaron por su adquisición. Han pasado de ser gente a ser ricos, y se creen con el derecho de hacernos pagar a los españoles la seguridad de su chalé con amplio jardín y piscina. Ahora, los guardias civiles y los policías han dejado de ser matones convirtiéndose en ángeles custodios de quienes sólo les han dedicado desprecio, distancia y mala baba.
Al menos, que corresponda con decoro, higiene y decencia. En el artículo 2º de la Primera Cartilla de la Guardia Civil redactada por el duque de Ahumada para Real Aprobación en 1845, y publicada en 1846 en la Imprenta de don Victoriano Hernando, se lee: «El Guardia Civil por su aseo, buenos modales, y reconocida honradez, ha de ser un dechado de moralidad». Y lo es. El que no es un dechado de moralidad por su falta de aseo, su pésima educación y su honradez –Irán, Venezuela...–, es el custodiado, que cada día que pasa produce más recelo de cercanía por su rechazo al agua. Y el artículo 10, escueto, seco y conciso, insiste: «El desaliño en el vestir infunde desprecio». Es decir, que durante 24 horas y todos los días del año seis guardias civiles ejemplarmente aseados, bien educados, honrados, morales, uniformados y dispuestos a dar su vida en el servicio, protegerán al individuo más sucio, menos aseado, peor educado, y enemigo de la libertad de cuantos tipos de su índole pululan por los entornos de la sierra del Guadarrama. Las Fuerzas de Seguridad llevan siglos acudiendo en auxilio de los españoles, sean gente o sean ricos, socorriendo y velando por la seguridad de los españoles, sean gente o sean ricos, dando su vida por el bienestar de los ciudadanos, sean gente o sean ricos, sean agradecidos o sean unos sacos de odio hacia quienes todo les ofrecen a cambio de sus ofensas, repulsas y desdenes permanentes. Ahora que son muy ricos, los Iglesias piden protección permanente a costa de todos los españoles, utilizando para ello a ejemplares guardias civiles que no han tenido en cuenta los insultos de los millonarios a custodiar. Y encima, todos uniformados de dulce y un custodiado jugando a revolución saliendo del chalé de lujo con estudiada guarrería. El duque de Ahumada se quedó corto en el artículo 10. «El desaliño en el vestir infunde desprecio y bastante asquito».
Pero lo que produce asquito es la exigencia de seguridad oficial permanente de quien ha despreciado y maltratado a las Fuerzas de Seguridad. Y no serán custodiados por ser ricos, que lo son. Los guardias civiles guardarán sus vidas y su lujoso hogar porque así se lo han ordenado. Los guardias civiles sólo entienden de deberes cumplidos y sacrificios constantes. Los matones son otros, y el nuevo rico los conoce mejor que nadie. Matones que se convierten en gallinas cuando se sienten inseguros. Nenazas.
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