Opinión
El gato de Assange
A mi edad no considero conveniente simular afectos buenistas. Me gustan los perros y me molestan los gatos. No me fío de los gatos, y de los perros, depende de los perros y de sus dueños. El tigre y el león son gatos crecidos, y aunque bellísimos, no procuran confianzas en exceso. En mi casa no entra ni un gato ni un ajo, que así me lo enseñaron mis padres, que en paz descansen.
La República del Ecuador ha consumado la ruptura diplomática con el régimen del criminal Maduro, al que define como «socialismo corrupto, asesino y mentiroso». Simultáneamente, ha ordenado a su embajador en Londres que Assange se haga cargo de la higiene de su gato, bajo amenaza de confiscación del felino. Assange, ese gran mentiroso sostenido económicamente por el independentismo catalán y que lleva seis años recluído en la embajada de Ecuador en el Reino Unido para evitar su detención, no lavaba a su gato. Tampoco limpiaba su cuarto de baño, y el embajador también ha incluído esa obligación en el pasar diario de Assange. Un marrano, este Assange. No atendía a la higiene de su gato ni a la limpieza de su cuarto de baño. A partir de ahora, tendrá al menos esos dos pesados deberes para compensar los haberes que percibe. En ese aspecto, hay que reconocer que en su escondite de Waterloo, el mochales no tiene gato. Lo tuvo Pilar Rahola, pero no se ha visto al zumbado con un gato de compañía. Y de la limpieza de su cuarto de baño no hay noticias. Probablemente, se lo limpiará Matamala, que me empieza a caer bien este Matamala tan entregado a la causa del «prusás».
El abogado del cerdete Assange ha denunciado al Gobierno del Ecuador por violar «los derechos y libertades fundamentales» de su refugiado. El abogado es Baltasar Garzón, el de Lola y Villarejo, para los amigos «Balta». Es decir, que para «Balta», obligar a tener limpio al gato, bien alimentado y aseado para las visitas, es una violación de los derechos fundamentales. Lo mismo que mantener higiénicamente dispuesto el cuarto de baño. Me figuro que el señor Presidente del Ecuador estará todavía en pleno ataque de risa.
«Una gata encantadora/ tengo, van a verla ahora,/ es una cosa divina./ ¡Pepe, saca la minina/ que la vea esta señora!». La mujer de Pepe, para que éste mostrara la minina a las visitas, la tenía siempre limpia y aseada, no como Assange, que responde al prototipo del rubio guarro, muy abundante en las bóvedas nórdicas. Porque no sólo no agradece al Ecuador sus seis años de gorra, sino que se manifiesta herido y con sus derechos fundamentales violados porque le obligan a lavar al gato. Aquí sólo restan dos opciones. O se pone a lavar y peinar al gato desde mañana mismo, o se tendrá que hacer a la idea de que el gato le sea confiscado por la República del Ecuador, medida extrema que ningún ciudadano ecuatoriano considera oportuna por motivos de lógica elemental. Nadie está dispuesto a quedarse con el gato de Assange, que es un felino acostumbrado a la suciedad. Pablo Iglesias, Monedero o Echenique lo admitirían en sus hogares, pero, para desgracia de España, no son ecuatorianos, y no tendrían derecho a quedarse con el gato de Assange por razones obvias. Y que se den con un canto en los dientes. De vivir en Galapagar, el gato cochino se haría pis en la piscina; de hacerlo en el hogar de Monedero, el gato, con toda probabilidad, fallecería de repulsión, y en casa de Echenique en el barrio de Salamanca, sus vecinos le prohibirían el gato, porque en esa zona los gatos no están bien vistos. Es lo que tiene vivir entre aristócratas. Que el gato no encaja.
En fin, que «Balta» va a intervenir con la firmeza que le caracteriza. Ya puede Assange irse despidiendo de su gato. Lo del cuarto de baño, es cosa suya, y ahí ni «Balta», y menos aún Lola, tienen nada que hacer. O lo limpia, o a la calle. Y en la calle, «Scotland Yard».
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