Opinión

Vertedero enfadado

Si algo hay que afear a las intervenciones de Casado en el Congreso acusando a Sánchez de ser partícipe del golpe de Estado contra España, es su excesiva brillantez. El Gobierno y los que sostienen al Gobierno conforman un vertedero infectado. Y el aparente máximo responsable del vertedero se ha enfadado como una novia despechada. «O retira inmediatamente lo que ha dicho, o rompo mi relación con usted». Como una novia del principios de siglo XX. Casado no retiró sus palabras y acusaciones, y en su turno de réplica le afeitó de nuevo los dídimos a Sánchez, al que se le ha puesto cara de chulo de película del Oeste. De chulo cómico, como aquel Bob Hope que tenía que hacerse el malísimo en un «saloon» de forajidos, y se le olvidó su papel y pidió en la abarrotada barra un vaso de leche. Cuando Bing Crosby le recordó su papel de peligroso maleante, Hope gritó: –¡Sí, un vaso de leche, pero en un vaso sucio!–.

Es difícil que Sánchez pueda responder a las acusaciones de Casado. Y cuando en el turno de réplica, ya rotas las relaciones, Casado le recordó que había enviado a Zapatero a dialogar con Otegui, el terrorista que secuestró a Rupérez y disparó a las tripas de Gabriel Cisneros, y a Iglesias a la cárcel de lujo en la que recibe un separatista acusado de rebelión, e hizo mención del sufrimiento compartido por el PP y el PSOE cuando enterraban a los suyos, víctimas del terrorismo etarra, el gesto de Sánchez fue colonizado por el odio. Porque Casado le pasó por la cara y las orejas su condición de presidente antidemocrático y mentiroso, sostenido en el poder por los que quieren destruir España, cargarse al Rey, imponer su dictadura y machacar la libertad de los españoles, a los que no nos dejan votar. Y cuando uno sabe que todo lo que le dicen responde a la realidad, hay que enfadarse para la galería y romper relaciones con quien ha tenido el valor y la gallardía de llamarle golpista en las narices. La verdad duele, y la verdad brillante, aún más. Una novia de mi juventud, Miren Igueldomendi, juncal y bellísima, se fue a estudiar un año a un colegio en el sur de Inglaterra. Nos despedimos en septiembre y nos reencontramos en julio. Miren se había puesto como una foca, y como el amor tiene que ser sincero, se lo solté en el aeropuerto de Fuenterrabía: –Miren, estás gordísima–. Y reaccionó como Sánchez cuando oye una verdad. –Pues rompemos–. Y así sucedió. Sánchez es como Miren, que no soporta la verdad, que sabe que está sostenido en el poder por una macedonia podrida de frutas, que cuenta con los votos de quienes desean imponer en España un régimen dictatorial comunista, que cuenta con los votos de quienes pretenden quebrar España, que cuenta con los votos de los que dispararon y asesinaron a mil inocentes en los años más terribles del terrorismo etarra, que cuenta con los votos de los que hicieron explosionar las bombas que había adaptado a los cuerpos de un ex alcalde de Barcelona y un gran empresario catalán, que cuenta con los votos de quienes ya han redactado una Constitución Republicana y Bolivariana, y que por contar con esos apoyos, se ha convertido en un golpista declarado. No es agradable oírlo, pero aún menos agradable hacerlo a sabiendas de que oye toda la verdad y nada más que la verdad. –Rompo relaciones con usted–. Como Miren Igueldomendi conmigo, que me hizo un favor impagable.

Casado estuvo brillante y certero. Representa a cincuenta diputados más que Sánchez. Y Sánchez no tuvo otro argumento para responder que la chulería del pistolero en película de «western» producida y rodada en España. El malo de la película protagonizado por un actor peor aún. Miles de insultos en las redes sociales, y miles de aplausos. Sánchez resiste porque está inmerso en la deslealtad, y esa inmersión le garantiza seguir en La Moncloa. España le importa un bledo y permitir que se quiebre, aún más. La libertad está en peligro, y los que quieren enterrarla están con Sánchez. Estar en el golpe siendo el presumible presidente del Gobierno y que te lo recuerden cara a cara con luz y taquígrafos, no es plato de gusto. La verdad, bien pronunciada, resulta dolorosísima. Miren Igueldomendi no la soportó.