Opinión
El almirante, donde solía
Escribí el 29 de septiembre del vicealmirante don Alfonso Gómez y Fernández de Córdoba. Por cumplir estrictamente el reglamento, es decir, por guardar el respeto a su deber, fue pasado a la reserva por acuerdo del Consejo de Ministros. El texto llevaba como título «Las Leonesas», por una razón muy sencilla. La ministra de Defensa, Margarita Robles, es leonesa, y la directora general de Reclutamiento y Enseñanza, Amparo Valcárce, también. Entre las leonesas intentaron pulverizar la trayectoria ejemplar de uno de los jefes de la Armada más prestigiosos y brillantes, con más de cinco años de servicio activo por delante.
El vicealmirante – que en Tierra y Aire equivale a general de División–, recurrió la ignominiosa injusticia ante el Tribunal Supremo. La Sala Tercera de los Contencioso Administrativo tenía en sus manos reparar el caprichito de las leonesas honrando de nuevo al gran militar que nunca perdió la honra. Y el Tribunal Supremo ha admitido la medida cautelar solicitada por el almirante. Fue noticia su pase a la reserva, pero no su victoria provisional frente a la pareja de leonesas con el amparo de la Justicia. La ministra Robles tiene muchos amigos, contactos y protectores en la prensa.
«Imponemos a la Administración General del Estado las costas causadas en este incidente cautelar»; «Y ordenamos llevar testimonio de este auto a los autos principales». De esta forma tan concluyente, el vicealmirante Gómez y Fernández de Córdoba vuelve donde solía. Al servicio abnegado a España con el uniforme marino de la Armada.
La reacción histérica de dos políticas con altas responsabilidades ha estado a un paso de cancelar toda una vida de servicio a España, de competencia en el servicio, de abnegación en el servicio, de decencia en el servicio y de prestigio adquirido durante el servicio. No es asunto baladí actuar con injusticia desde las alturas del ministerio de Defensa contra un vicealmirante de la Armada que jamás se ha desviado de la disciplina ni del cumplimiento de su deber. La ministra, acuciada por su paisana, con anterioridad a cometer su felonía, ordenó al Almirante Jefe de la Armada que concediera al vicealmirante «un destino irrelevante». Y el AJEMA le informó a la ministra que no existen destinos irrelevantes para los vicealmirantes de la Armada Española. En vista de ello, y sin motivo alguno, a petición de la ministra de Defensa el Consejo de Ministros envió a don Alfonso Gómez y Fernández de Córdoba a la reserva, con claros signos de abuso del poder y prevaricación. Ninguna de las leonesas ha dicho ni pío con posterioridad a la concesión de la medida cautelar por parte del Tribunal Supremo. Y la prensa tampoco ha estimado conveniente conceder un recuadrito modesto al asunto, no se vaya a enfadar Margarita Robles. Aunque alguno no lo crea, siempre he tenido por norma no hacer crítica negativa del ministerio de Defensa. Pero en este caso me la salto. La defensa del honor de un vicealmirante está por encima del respeto institucional de un ministerio que no ha caído en buenas manos.
No termino de entender cómo Margarita Robles, que es juez, ha podido actuar con tanta injusticia con un militar que sólo ha cometido el error de aplicar el reglamento vigente. Me lo podría haber figurado si la ministra fuera Zaida Cantera o Irene Lozano, ésta segunda premiada con un chiringuito de altos vuelos. Pero no una profesional en la aplicación de la justicia.
O dimite una leonesa o lo hace la otra, y mucho sospecho que es la otra, Amparo Valcárce la impulsora de la monumental e insultante irregularidad. Pero en España, ya se sabe, dimitir es pernicioso. La buena noticia es que el vicealmirante ha recuperado su lugar y se le debe el honor que le habían arrebatado. No sólo a él, sino a todos los militares de Tierra, Mar y Aire. Vuelva donde solía, y a sus órdenes.
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