Opinión
Artistazo
De un tiempo a nuestros días he soñado con poseer una escultura de Enrique Terneiro. Esa fuerza, esa sutileza, esa valentía estética desde su libertad... Terneiro es además un artista comprometido. Comprometido no se sabe con qué, pero comprometido. Se dedica a pintar sobre las tumbas, exceptuando la de su madre. Es una manera de demostrar que a la familia no hay que mezclarla con la producción artística. Lo he visto en distintas imágenes rodeado de esculturas. Quiere ésto decir que Terneiro es más escultor que pintor. El duque de Edimburgo inauguró años atrás una exposición de pinturas y esculturas del modelo Terneiro. Y dio su veredicto. «Creo que las pinturas son las que cuelgan de la pared, y las esculturas las que te permiten rodearlas para no perder detalle alguno de su atrocidad». Edimburgo es el consorte de la Reina Isabel II de los británicos, pero su origen, como el de nuestra Reina Madre, es griego, y los griegos nacen con el arte en el cuerpo. Ignoro que habría dicho Edimburgo de las esculturas de Terneiro, pero me figuro que poca cosa.
Me informan mis confidentes expertos en Arte Contemporáneo, que Terneiro lleva mucho tiempo sin vender ni una obra, sea escultórica o pictórica. Y que necesitaba un impulso de publicidad para atraer a los inversores en arte. Para ello, se hizo acompañar por un reportero al Valle de los Caídos, y éste filmó su mensaje publicitario. Se acercó Terneiro a la tumba de su paisano Francisco Franco, roció con pintura roja el mármol lapidario, y justificó su acción de protesta admitiendo que su gesto lo había llevado a cabo «por la libertad y reconciliación de los españoles, para que no hubiera un bando vencido». El problema es cronológico. En 1939 terminó una guerra civil en el que hubo un bando vencedor y otro vencido, a pesar de la buena voluntad de Terneiro. Las guerras no son como el ajedrez, que pueden finalizar en tablas. Para mí, que más que protestar, lo que pretendió Terneiro es hacerse publicidad, y lo consiguió. Pero una cosa es acertar en el mensaje publicitario y otra muy diferente en el mercado del arte. Para mí, que Terneiro va a continuar escaso de clientes e inversores, porque es muy malo esculpiendo y peor aún pintando. Por otra parte, no consiguió la reconciliación de los españoles, porque los allí presentes le llamaron de todo y tuvo que ser protegido por los servicios de seguridad del interior de la basílica para guardarle de alguna colleja indeseable. La Guardia Civil procedió a su detención por si su acción fuera constitutiva de un delito de odio.
No obstante, yo me ofrezco a lucir y exponer en mi casa una escultura de Terneiro con dos condiciones. Que me la envíe regalada, y que añada a su regalo un sobre con veinte euros. Con eso me conformo. Siempre que la escultura sea de las que puedes jugar al «corre, corre» a su alrededor. Últimamente juego mucho al «corre, corre» con mis amigos. Se trata de dar vueltas y vueltas corriendo por un circuito improvisado hasta que el perseguidor alcance al perseguido y lo toque al grito de «¡tula!». Si se puede jugar al «corre, corre», también llamado «tula», en torno a la escultura de Terneiro, la acepto encantado, siempre que no se le olviden los veinte euros de propi.
El problema es otro, y nada tiene que ver con el arte de Terneiro. El problema es que viajar desde Galicia a Madrid, contratar un experto en vídeos en la Villa y Corte, y desplazarse hasta el Valle de los Caídos para profanar una tumba, es acción más adaptable a un imbécil que a un artista, aunque éste sea el luminoso Terneiro. Por parte de la humanidad, no hay inconveniente en que modifique su costumbre y profane la tumba de su madre, que para colmo de la comodidad, la tiene cercana y muy a mano.
Estos artistazos son así.
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