Opinión

¡Ay, estos hijos!

En el Congreso republicano, el diputado Ossorio y Gallardo, describía con acentuado pesimismo la situación de España. En un momento dado, eligió el tono más patético y preguntó desde la tribuna de oradores: -Ante este panorama, ¿qué será de nuestros hijos?-. Del fondo del hemiciclo surgió una voz: -¡De momento, al suyo ya le hemos hecho subsecretario!-. Ay, estos hijos. Contaba el inconmensurable Tip, que recién aprobada la Ley del Divorcio, dos ancianos parientes suyos, ejemplar matrimonio, decidieron separarse. «Deseamos realizarnos y vivir lo que nos queda en libertad», le dijo el marido al juez. «Eso, eso», remachó ella. El juez les preguntó por sus edades. «Yo tengo 103 años, y mi mujer 101». «Y ¿por qué no se han separado antes?», cuestionó escandalizado su señoría. «Porque no queríamos dar un disgusto a los niños». Aguardaron a que fallecieran todos sus hijos para lanzarse a la aventura de la soltería recuperada. En la plenitud de la fiestas de San Fermín, un cine abarrotado. En el patio de butacas el llanto berreado de un niño, incansable y pelmazo. Al fin un mozo desde el entresuelo le gritó a la madre: «¡Señora, déle teta!». Y la señora respondió también a gritos: «¡No le doy teta porque no quiero, y además, porque tiene once años!». Y el mozo sentenció: «¡Pues entonces, déle dos ostias!». Así, sin la «h», para evitar la blasfemia.

Días atrás, la comisaria estalinista de RTVE, la camarada Rosa María Mateo, en una comparecencia parlamentaria, insultó, menospreció y no respondió a un diputado del PP que le preguntó por su sociedad instrumental, cuyo administrador es su hijo. La comisaria adoptó la expresión de Paquita Rico en «¿Dónde vas, Alfonso XII?» cuando se siente indispuesta en Aranjuez, y justificó su aspereza con estas nobles y maternales palabras: «El diputado ha mencionado a mi hijo, y eso no lo tolero». Palabras de madre orgullosa, porque madre sólo hay una, y la madre española cuando besa es que besa de verdad, como dijo Churchill. Emoción en el Congreso. El diputado, sorprendido por la sequedad de la madre herida, no preguntó a la comisaria por la edad de su niño. De haberlo hecho, la discípula de Goebbels y de Beria, tendría que haber respondido: «Mi niño tiene 50 años». Es decir, que no deja de ser su hijo por cumplir el medio siglo de vida, pero con 50 añitos los niños tienen que defenderse solos, sin mediación de las madres. En mi juventud, en San Sebastián, pululaba por Ondarreta un supuesto tontito, barbilampiño, muy pequeño de estatura y bastante carota. Se llamaba Pepito Urruchurtu. Un atardecer de agosto, Pepito Urruchurtu surgió de un tamarindo y le pidió a una señora que le ayudara a hacer pis. «Señora, ¿me ayuda a hacer pipí. Soy tontito». La señora, dama de acrisoladas virtudes, caritativa como la que más, procedió a socorrer a Pepito. Y cuando le vio la cosita, alarmada, le preguntó: «Niño, ¿cuántos años tienes?». Y Urruchurtu respondió: «En septiembre cumplo 38». Es decir, que el fresco de Urruchurtu, que se desenvolvía con soltura sin necesidad de ir de la mano de su madre, tenía doce años menos que el niño de Rosa María Mateo, y sin madre que lo defendiera. Porque todos caímos en la trampa. Cuando la comisaria hizo mención, con temblor de mentón al borde del zollipo, de su hijo, nos lo figuramos inocente, juguetón, con un balón bajo el brazo y uniformado con la equipación del «Barça», porque los niños madrileños muy de izquierdas son todos del Barcelona. Pero no. Enterados de la edad del hijo de doña Rosa María, creo llegado el momento de decirle que los niños de cincuenta años están obligados a defenderse solos, sin la amorosa ayuda de mamá. Se trata de una demanda de urgente aplicación, porque al paso que vamos, entre las madres y los hijos nos van a merendar a quienes nos movemos por el ámbito de la buena voluntad.

Como comisaria, perversa e implacable. Como madre, maravillosa. Pero su comparecencia en el Congreso de los Diputados era para responder de lo primero, no de lo segundo. Ay, estos hijos.