Opinión
Chocar
En Nueva Delhi, capital superpoblada de India de la que acabo de regresar, la gente no se choca. En la parte vieja se entremezclan como sardinas en lata, paseantes sin acerca, vendedores ambulantes, carritos de frutas, bicicletas- taxis, tuk-tuk, motos, coches, vacas, perros... y no se chocan. Humanos y animales van con 100 ojos para no pisotearse, y pitan y se hablan y esperan o pasan. Cruzar tiene riesgo, hay que lanzarse y, a menudo, parar con las manos a los automóviles.
Que paran, por supuesto, o te torean con pericia por ambos lados. Hay accidentes, claro. La diferencia con estas ciudades ricas nuestras es que aquí el motivo es otro. Aquí el motivo del choque es que no se presiente, no se mira, no se ve. Aquí, los propios peatones, te arrean con las mochilas, los paraguas y los hombros. Aquí están los que se apartan y los que no, mayoría los segundos. Creo que el que gocemos de ciertos derechos, o tengamos la vida más o menos resuelta en lo material, nos hace mirar hacia dentro: dentro del móvil, dentro de la música, dentro de la propia nada. Hasta la ceguera.
Quizá porque el otro es un espejo en el que nos vemos feos. En Delhi, las calles están abarrotas, pero cuando dos vehículos se paran frente a frente en un atasco, los pasajeros se miran. A mí un hombre me miró durante segundos como hacia años que no me miraba un hombre. Su deseo, no mayor que su ternura, me hicieron apartar la vista. No lo soportaba. Pero fue un encuentro en toda regla. En las ciudades donde la pobreza es lo que más se ve, se ven también muchas miradas. Y sonrisas.
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