Opinión
¿De qué lado?
Existen tramos en las carreteras que se hacen eternos. En la autopista del Cantábrico, Santander hacia Gijón, entre el Puente de San Miguel y Quijas apenas hay tres kilómetros de distancia. Se me hacen eternos. En mi infancia y juventud, me sucedía con Alsasua. No soy oportunista, sino memorialista. La localidad navarra me daba mucha pereza. Destacaba la iglesia, hoy administrada por el párroco cabrón que volteó las campanas para que no se oyera la palabra de los demócratas que acudieron hasta Alsasua a defender a España, su Constitución y a la heroica Guardia Civil. Superada Alsasua, los paisajes se enfrentaban en los verdes rotundos y movidos del puerto de Echegárate, donde nació el primer «Príncipe de Viana» de los Oyarbide, ya en el descenso hacia Guipúzcoa y San Sebastián. Mareante descenso, pero con premio final. Hacia el sur, el tostón a superar es Puerto Lápice, por culpa de tres molinos de viento sitos en una atalaya que tarda en desaparecer. Y por la autopista de La Coruña, Las Rozas. Se alcanza Las Rozas, se aprovecha para sestear un poco, se abren los ojos y una señal advierte «Las Rozas norte» cuando uno ya se creía en Tordesillas.
Pero Alsasua era un peso en el viaje. Hoy se ha convertido en una pocilga, con el cura campanero al mando del corralón. Pueblo navarro y etarra, que es contradicción histórica. Para boicotear el acto promovido por Ciudadanos con Rivera al frente, y apoyado por mil valientes –también asistieron representantes del PP y Santiago Abascal de Vox–, se reunió una piara de bilduetarras y terroristas, entre los que destacaba el canalla del «Carnicero de Mondragón». De un lado del cordón policial, José Antonio Ortega Lara, secuestrado y encerrado en un agujero durante 560 días por la ETA de Otegui, y del otro, uno de los criminales más abyectos de la banda, el «Carnicero de Mondragón». ¿De qué lado estaba el Gobierno de España y el Partido Socialista? La respuesta lleva al abatimiento. Del lado de los bilduetarras y del «Carnicero de Mondragón». Los convocantes del acto han sido regañados por el Gobierno y acusados de provocadores. La excusa cínica de siempre: «No podemos tolerar que se utilice a la Guardia Civil para fines partidistas». La Guardia Civil no ha tenido el menor apoyo del Gobierno por los sucesos de Alsasua, y la Guardia Civil ha sido desplazada de sus competencias en Navarra por Pedro Sánchez para seguir manteniendo el apoyo bilduetarra que sostiene su estancia en La Moncloa. Realidades incontestables.
A pesar del Gobierno de Sánchez, del acuclillado PSE, del asesino de Mondragón, de Otegui, del párroco felón que volteó las campanas, y de la pandilla de bestias que se reunieron para boicotear el homenaje a España, la libertad y la Guardia Civil, el acto se desarrolló como estaba previsto. Porque en la previsión se contemplaba la posibilidad de la lluvia de piedras que los bárbaros lanzaron sobre los pacíficos, y nadie reculó.
Extravagante la opinión de Marlasca, juez y ministro del Interior. Una opinión infectada por su delicia en el poder, mucho más comprensiva con los agresores que con los agredidos. Juez raro y no de fiar – según su compañera la ministra de Justicia–, y en la actualidad, ministro del Interior de sorprendentes reacciones. Tomo como ejemplo –el original cuelga de una pared de mi despacho y lo tengo a un golpe de vista–, un gran dibujo de Antonio Mingote. En él se aprecia a un honrado y pacífico ciudadano golpeado y apuñalado en una esquina, mientras le ruega a la buena mujer que acude en su auxilio: «Y sobre todo, que no se entere el juez de que le he pegado una bofetada al atracador». O también del genio, el maravilloso dibujo de un niño –Zaragoza, Casa Cuartel de la Guardia Civil, Setién, Josu Ternera–, muerto sobre el charco de su sangre, con la mochila del colegio, y la explicación a pie del dibujo: «Otro éxito militar de ETA».
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