Opinión

Grafiteros

Siempre se ha utilizado el espacio urbano para reivindicar, para mandar misivas, para hacerse notar. Hay dibujos grabados en ruinas romanas, en catacumbas... En el 68 de París, los estudiantes utilizaban las paredes de los edificios más emblemáticos para dejar sus mensajes revolucionarios. En todos los mayos juveniles las paredes de las calles se han llenado de letras y figuras con señales de libertad. Hay grafitis con arte y sin arte. Tanto arte tuvieron algunos que, viendo el interés y la influencia que despertaban, dejaron tapias enteras a los que gozaban de talento para que las pintaran con tiempo, tranquilidad y remuneración. De hecho, en las grandes ciudades los ayuntamientos ceden espacios para la actividad grafitera, véase Tabacalera en Madrid o festivales como el Open Walls en Barcelona. Se perdió la espontaneidad y la rebeldía y se ganó orden y belleza. Sin embargo, lo que está ocurriendo ahora en los metros y trenes es un asunto bien diferente. Parece ser que estos grafiteros están movidos por mafias que organizan apuestas. Es decir, el que pinte más rápido y más no se qué se llevará la pasta. Por eso, estos chicos van tapados y en manada, hasta 50 en el metro de Las Rosas. Llevan armas y cámaras para grabar sus pintadas. Y si alguien les dice que dejen de hacerlo no tienen el menor reparo en rociarle con el espray tóxico. Estos chicos, sin arte alguno, no solo se dedican a ensuciar lo de todos, sino que disfrutan amedrentando a maquinistas y ciudadanos. Son descerebrados incapaces de encontrar alegría en nada bueno. Porque el arte es lo contrario: hacer de lo vulgar belleza. Y disfrutarlo.