Opinión
El francotirador
El doctor Sánchez puede estar tranquilo. Lo del francotirador suena a broma de mal gusto. Un apasionado beodo que a medida que le aumentaba la merluza se animaba a sí mismo hacia el magnicidio. Sucede que el presidente de la Asociación de Tiro de la que forma parte el francotirador ha declarado que no le pega a un autobús de dos pisos a menos de veinte metros.
Lo que resulta chocante es su arsenal de armamento. Rifles, escopetas y pistolas de todos los calibres, con sus correspondientes cajas de balas y cartuchos. Más que chocante, peligroso, porque si le azuzan las hazañas bélicas cuando se agarra una cogorza de seducción imposible, cualquier día puede echar mano de una cualquiera de sus armas e intentar una barbaridad. Creo que este caso ridículo va a terminar en nada, pero sería conveniente que el juez estimara privarlo de su arsenal.
Las armas las carga el diablo. En el lenguaje montero, el cazador que al cabo de la jornada cinegética no ha abatido ninguna res se le dice «bolo». Para mí, que este hombre tan enamoradizo y caliente, tan visceral y tronante, es un «bolo» compungido. De ahí la cantidad de armas que poseía y que fue acumulando para intentar encontrar la puntería que el resto de su arsenal le negaba. En otro orden de cosas, algo parecido le sucedió a un grandísimo cazador y señor de Asturias, Ignacio –Nacho- Pidal Bermejillo descendiente del duque de Villaviciosa de Asturias y que falleció en plena acción cinegética en sus montañas de los Picos de Europa. Nacho Pidal deseaba tener un hijo varón. Tuvo nueve guapísimas hijas, y al nacer la novena renunció a su ilusión. No tuvo el hijo que tanto deseaba, pero dejó sobre la tierra a nueve mujeres maravillosas, que no está nada mal. El francotirador, en cambio, acumulando armas en lugar de hijas, lo único que ha dejado sobre la tierra es el pasmo de la ridiculez.
Hay tiradores de perdices que, sólo con su presencia, producen terror en el resto de los cazadores. Y con bala, no digamos. El montero menos respetuoso con la seguridad del prójimo fue el teniente general García-Valiño, conocido en el mundillo montero como «García-Balazo». Pero a ver quién era el guapo capaz de decirle algo. Se cuenta de un gran cazador que en vísperas de una montería acudió a la iglesia, se confesó, oyó la Santa Misa, comulgó con devota entrega y depositó un generoso talón al portador en beneficio de los necesitados. Apenas probó bocado durante la comida. -¿Qué te pasa, Manuel?-, le preguntó su mujer. –Pasa algo horrible, María. Pasa que me he enterado de algo espantoso. Pasa que han convidado a la montería de mañana al general García-Valiño. Y pasa que, si algo me sucediera, quiero que sepas que eres y has sido el amor de mi vida y que mi último pensamiento será para ti-. Aquella misma noche falleció como consecuencia de un repentino episodio vascular.
Manuel Murillo, que se autodefine y autoproclama como francotirador, no parece destinado a convertirse en un peligro. Eso sí, hay que quitarle las armas inmediatamente, porque si persiste en intentar seducir a las mujeres anunciando magnicidios, puede llegar el día en el que la cogorza lo lleve a intentarlo. Y aunque no dé en el blanco, una bala perdida puede causar la desgracia a cualquier familia. Y un detalle. La mujer que pretendía seducir Murillo y avisó a los Mozos de Escuadra es de «Vox», no del PSOE ni de Podemos, ni de Bildu, ni de PdeCat, ni de ERC, ni de Compromís, ni de otros partidos de izquierda. Algo tendría que agradecerle el doctor Sánchez a esa «mujer fascista de la ultraderecha más extrema».
Pero no hay caso. Se le quitan las armas, las municiones y hasta los aceites limpiadores, y el doctor Sánchez puede desenvolverse con plena tranquilidad ajeno al riesgo de su magnicidio. Pero a sabiendas de que el francotirador no es un magnicida. Es un pobre hombre que no le acierta al Cubo de Moneo a diez metros de distancia. Y no deseo darle buenas ideas.
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