Opinión
Santos antifascistas
Es el calificativo que el periodismo políticamente correcto a las órdenes del comunismo usa para situar y perdonar simultáneamente a los canallas. Los que han gritado en Murcia, a las puertas del acto de Vox, que Ortega Lara vuelva al zulo y que añoran los «democráticos» asesinatos de Paracuellos, no son antifascistas. Son unos hijos de la gran puta, sin más. Unos criminales de la palabra que sueñan con los camiones callejeros repartiendo armas y municiones a los nuevos milicianos, que están igual de dispuestos a formar parte de las brigadas del amanecer que sus antecesores republicanos.
El periodismo es el gran culpable de la perversión del lenguaje. «Lucha armada» para suavizar la voz seca del terrorismo.
«Militantes comprometidos» para disfrazar el odio y el cianuro del comunismo. Es «demócrata» el socialista, el comunista, el separatista y el terrorista. Y todo aquel que no se incluya en los cuatro sectores de la infección anteriormente citados es un fascista. Fascistas de centro izquierda, fascistas de centro, fascistas liberales, fascistas demócrata-cristianos, fascistas conservadores... todos fascistas. Sentirse español, reconocerse constitucionalista, defender a la Corona y respetar los símbolos de España, es de fascistas. ¿Quiénes son los «antifascistas» para los medios de comunicación? Los que desean romper España, los que sueñan con destruir la Constitución que nos garantiza la libertad – la de ellos, también-, los que están obsesionados por derruir la Monarquía Parlamentaria, los que anuncian su proyecto de controlar los medios de comunicación hacia la información y el pensamiento únicos, los que procuran que el idioma que hablan en el mundo 500 millones de personas se prohíba en su raíz y origen, que es España. Los que rescatan símbolos inventados o podridos por la experiencia de la Historia y confunden el franquismo con los Reyes Católicos.
Esos son demócratas. Los que lloran por el bombardeo de Guernica y celebran la masacre de Cabra. Los que se sienten orgullosos cuando contemplan el bosque de tumbas, con más de seis mil árboles de cruces blancas en Paracuellos. Son «antifascistas», simplemente, amablemente tratados, arbitrariamente defendidos por los responsables de la información y de las empresas que buscan el caudal y el flujo del dinero a cambio de la ambigüedad permanente.
Creer en Dios es de fascistas. Admirar a las Fuerzas Armadas y las de Seguridad del Estado, es de fascistas. Elogiar la pasmosa maestría de la pintura de Augusto Ferrer-Dalmau, es de fascistas. De ahí que los académicos de Bellas Artes, que no le llegan al gran pintor catalán ni a la uña de los pies, son todos antifascistas. Pasear por el barrio de Salamanca es de fascistas. Tener un chalé en las afueras de Madrid – con excepción de La Navata-, es de fascistas. Comprar pasteles para la comida familiar del domingo, es de fascistas. El Nacimiento es de fascistas. Amparar la vida de los indefensos que mueren abortados con anterioridad a ver la luz, es de fascistas. Matar a los niños indefensos es de «personas libres, comprometidas y antifascistas», por no decirles lo que son. Ser partidario de Israel es de fascistas. Obligatoriamente hay que ser pro-palestino, proyihadista y pro-inmigrante.
Violar en grupo a una mujer es delito brutal –y lo es–, siempre que los violadores sean españoles. De ser inmigrantes, los violadores pasan a pertenecer al grupo de víctimas de la sociedad. Estudiar para aprobar los exámenes es propio de jóvenes fascistas, porque se pueden conseguir los títulos con democráticos suspensos. España ha sido dividida por los políticos y una gran parte del periodismo, entre fascistas y antifascistas. Marchamos hacia el abismo. Otegui es hombre de paz y Puigdemont un héroe perseguido por el fascismo. Y un grupo de salvajes le grita a Ortega Lara que merece otros quinientos días de tortura en un agujero, y los periodistas les dicen «antifascistas», cuando son unos criminales en potencia y unos perfectos e insuperables hijos de la gran puta. Me he desahogado.
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