Opinión
Y si no...
Contaba Gila las desventuras de una joven mujer que pasó a madura sin experiencias amorosas. Se sentía decaída y nada aprovechada, porque hacía muy bien las croquetas de jamón. Bueno, lo de las croquetas de jamón no es de Gila, sino fruto de mi luminosa imaginación. No se perdía una boda, y cuando el oficiante se dirigía a la novia con la pregunta de rigor, «¿quieres como esposo a?» (póngase el nombre que el lector prefiera), ella, desde la octava hilera de bancos gritaba «¡Y si no “pa” mí!». Pero no hubo suerte.
Hay expertos en aprovechar coyunturas y sacar beneficio de ellas, y también los hay torpes que se creen imprescindibles y no calculan bien el horizonte de sus ambiciones. Cuando la ambición sobrevuela la valía personal, el batacazo está asegurado. Don Baltasar Garzón está convencido de su importancia. Creo que resultaría muy complicado sacarlo de su error, porque es hombre de profundas autoadoraciones. Me lo dijo Don Juan De Borbón, sabiduría de la experiencia, y no se equivocaba: «Desconfía de los hombres con aspecto de barítonos que tengan la voz de pito». Don Baltasar está inmerso en ese extraño apartado. Su trayectoria política es pobre y mala. De la mano de José Bono ocupó el número dos en la papeleta electoral del PSOE por Madrid, pero Felipe González no le encargó ni el ministerio del Interior ni el de Justicia, que hoy yacen en manos de su enemigo personal Marlasca y de su íntima y atractiva amiga Lola Delgado, la reprobada. Garzón retornó a su Juzgado en la Audiencia Nacional y se puso farruco con el PSOE y sus principales dirigentes. Pero como político no pasó de un segundo plano perfectamente prescindible. Se fue, su segundo plano lo ocupó otro, y ni España, ni Europa ni el mundo occidental se resintieron.
Escoró hacia la izquierda comunista, y dejó de frecuentar burladeros y barreras en los toros, y sus famosas monterías, que compartía con el ministro de Justicia Bermejo, que cazaba sin documentación. «Tiene usted menos papeles que Bermejo» le dijo recientemente un agente del Seprona a otro cazador sin licencia. Juzgado con cálculo de prescripción, fue condenado a muchos años de inhabilitación, perdiendo su condición de juez. Como abogado tampoco se ha acercado a Perry Mason.
Y ahora, aprovechando que el Jándula fluye por Sierra Morena, con el lío que han montado los de Podemos en el Ayuntamiento de Madrid, don Baltasar se ha ofrecido a doña Manuela Carmena para ocupar un buen lugar en su lista electoral. Para mí, que doña Manuela es bastante mala y sectaria, pero de tonta no tiene un pelo. No se puede ganar llevando en posicion de prestigio a un derrotado. Algo así le ha influído para rechazar a otro perdedor nato, don Julio Rodríguez, impuesto por Pablo Iglesias, y a un paso de retroceder definitivamente. Pasa don Julio por la puerta de una unidad militar, es reconocido y no lo saludan ni los soldados de guardia. En la vida se avanza y se retrocede, y lo escribo por propia experiencia. El que firma, por su culpa y la de otros, ha retrocedido una barbaridad. Es decir, que me siento anímicamente unido a Garzón y Rodríguez, siempre desde la distancia y la cautela.
Garzón no le aporta nada a Carmena. Lo más, asperezas, desprestigio y soberbia mal administrada. No se puede ir por la vida dando tumbos y creerse una ilusión de futuro. «Percival Richardson se conoce tan poco y tan mal, que hay que presentárselo a sí mismo todos los días», dijo de él Winston Churchill en un momento de plena lucidez. Y don Baltasar es como Sir Percival. No se conoce, no atisba sus límites y se considera un peón fundamental. Por eso se ofrece. Sólo se ofrece el que piensa que puede aportar algo, y Garzón está sólo generosamente dotado para crear problemas. Claro, que en la política en España puede darse cualquier sorpresa, incluida la de una sombra sentada en un escaño.
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