Opinión

Pobres monos, pero...

Se puede afirmar que es el mejor y más ajustado comentario de un comisario europeo del «hecho histórico de los últimos 300 años» conseguido por Sánchez con Gibraltar: «Es como decir que el sol sale cada mañana». Pitorreo metafórico, porque en Bruselas sale el sol por la mañana cada quince días, aproximadamente. Sale un poco, llega el nubarrón y se apaga. El mismo ciclo de vida que los triunfos de Sánchez. Algo más antipática ha estado la presidenta de Lituania, doña Dalia Grybauskaité. Con ese apellido está autorizada a decir lo que le salga del pandero. Doña Dalia ha reconocido públicamente, que la Unión Europea se ha pasado el hecho histórico de Sánchez por los pliegues de su refajerío. «Sólo hemos prometido prometer a España». Y la atribulada señora May, que mucho tiene que ver en este lamentable asunto, no ha dejado espacio para la duda. «Nada de cosoberanía. La posición del Reino Unido respecto a la soberanía de Gibraltar ni ha cambiado ni cambiará nunca».

La leyenda de la mona. Los gibraltareños, que son británicos pero tienen mucho de andaluces, son supersticiosos. Cuidan mucho a los monos, porque, según ellos, el día que muera el último mono de Gibraltar, el Peñón recuperará la soberanía española. Si los de Pacma no me denuncian, propongo un ojeo de monos en la peña con la línea de cazadores en la ídem de la Concepción. O más visitas a Gibraltar de la Princesa Ana de Inglaterra. En la última, visitando la zona de la Roca donde habitan los monos, la famosa mona «Sally», asustada por la cercanía de la princesa, con esos dientes y ese cabello desamortizado por el viento, se lanzó al precipicio para poner fin a su vida. Resulta curioso que los gibraltareños confíen su existencia como británicos a los monos que los españoles introdujeron en Gibraltar setenta años antes del Tratado de Utrecht. El mono de Gibraltar es un gibón muy abundante en África, y dista mucho de estar considerado «especie en peligro de extinción». No es cuestión de justicia ni de anomalía política. Gibraltar seguirá siendo inglés, porque los británicos no están dispuestos a perder un paraíso fiscal y narcotraficante que es un emporio de riqueza. De riqueza sucia, pero la adjetivación de la riqueza a los ingleses les importa un bledo.

Eso sí, como español, me sumo a Sánchez. Nada más hermoso que combatir por una causa perdida. Una colonia que tiene más empresas que habitantes no es sencilla de conquistar. Luchar contra una empresa es mucho más complicado que hacerlo contra un gibraltareño. Todas las mafias de la droga y del lavado de dinero negro están instaladas en Gibraltar. En el momento que escribo, carezco de ideas para establecer una estrategia óptima, exceptuando, claro está, la del ojeo de monos. De ahí, que nuestro patriótico objetivo, nuestro anhelo con tres siglos de melancólica vigencia, más que a los políticos, a los diplomáticos y a los falsos burócratas de Bruselas, se lo tendríamos que encomendar a la Real Federación Española de Caza. Entiendo que no es agradable disparar contra los monos de Gibraltar, pero si el honor de la Patria está en juego, se dispara y tararí que te vi. La elección no admite dudas desde el punto de vista moral y ético. Considero, dentro de la tragedia que la solución garantiza, que es más apropiado reconquistar Gibraltar batallando contra los monos que contra los gibraltareños, que al fin y al cabo, son unos hermanos andaluces que hablan en inglés, y propietarios de miles de chalés y viviendas de lujo desde Sotogrande a Cabo Pino. Hasta la fecha, la invasión se ha producido en sentido contrario. La mitad de las construcciones de lujo en la Costa del Sol pertenecen a millonarios gibraltareños, de ahí que la única solución para detener la colonización, es la de dejar a Gibraltar sin monos.

Todo, menos que se rían en nuestras narices por culpa de los faroles de Sánchez personas como Dalia Grybauskaité, que menudo apellido tiene, la madre que la parió.