Opinión

Rescate montero

La grabación del rescate apenas se ha comentado. Lo ha colgado en las redes Antonio –Chani–, Pérez Henares. Del histerismo por una situación anómala y accidental en una montería al silencio por una actuación heroica. ¿Dónde se ha metido la analfabeta de Pacma que llamó asesinos a los cazadores? ¿Se hubiera atrevido la pedante «defensora» de los animales a descender y subir por el maldito barranco del accidente, sostenida por una rústica cuerda a rescatar a sus perros despeñados? De los doce perros que cayeron por la hondonada, once de ellos fueron rescatados con vida. Un perro y el venado fallecieron. El perrero de la rehala, ayudado por otros compañeros y por los monteros más próximos al lugar de la catástrofe, subiendo y bajando como un alpinista sin recursos ni equipo para ello, rescató del lecho del barranco a sus perros heridos. Pero esa acción no merece el rango de noticia interesante.

En las monterías es normal la imagen del perro herido por la cuchillada de un jabalí a lomos de su perrero. Todos llevan un botiquín y los rehaleros y perreros son expertos en practicarles la primera cura. Para un rehalero y un buen perrero perder a uno de sus podencos, mastines, teckel o sabuesos es una tragedia. Cuando las imágenes del vídeo de marras se oscurecen inmediatamente después de precipitarse al vacío el duodécimo perro y el venado, los animalistas de pacotilla dictan sentencia. Los cazadores son unos asesinos. Después vienen las escenas censuradas. La heroicidad del perrero que se juega la vida rescatando a sus perros, y lo logra con once de los doce caídos. La ayuda de sus compañeros. La alegría del rescate. ¿Sabe la señora ésa de Pacma que un perro de rehala vive para cazar? La montería es su premio. Y fue la intuición sabia del venado acorralado la que causó la hecatombe. Una imagen terrible, pero simultáneamente, por su extraordinaria singularidad, impactante.

Tan impactante o más, la del perrero heroico que no abandona a sus perros heridos y se juega la vida por ellos. Pero esa imagen no vende. Quizá, para entender la caza y lo que significa, esos sectarios de Pacma harían bien en leer el prólogo de Ortega y Gasset al estupendo «Veinte Años de Caza mayor» del conde de Yebes. Y del mismo autor, «El Canto de la Sierra», donde Yebes se manifiesta como un cazador limpio y deportivo hasta extremos admirables. La caza no sólo mantiene la estabilidad y calidad de las especies vivas, sino de los campos, bosques, sierras y dehesas. La caza, y a ver si se enteran los ignorantes de una puñetera vez, es mucho más ecologista que ellos.

En la bibliografía venatoria, que es rica y de variable calidad, no hay un solo autor-cazador que no enfatice su amor por la naturaleza. Para un buen cazador, el último lance, el definitivo, es el menos importante. El montero, y más aún el cazador de alturas, no admite comparaciones con sus paisajes. La naturaleza es lo primero, y el lance una consecuencia del entorno natural.

Pero claro, estamos hablando del prólogo de Ortega y Gasset y de la bibliografía venatoria. De libros. De sabiduría compilada en millones de páginas. Y por lo normal, los detractores catetos e indoctos de la caza, no han abierto un libro en su vida. Se mueven por impulsos ideológicos, envidias ancestrales, rencores de clase, resentimientos exagerados, y deseos irrefrenables de empobrecer la realidad. La caza no precisa de subvenciones ni de derroches del dinero público. La caza, además de ecologista y deportiva, es una fuente de riqueza que mantiene a centenares de familias en España.

Y un ejemplo de amor a los animales. Atado con una cuerda a la cintura, mientras sus compañeros tiran de la cuerda, un perrero se jugó la vida para salvar la de sus perros. De los doce, uno estaba muerto. Y a su lado, muerto también, el venado. La ley de la vida y de la caza. Pero en las redes ha pasado desapercibido su heroísmo montero.