Opinión

El efecto Borrell

Este catalán de Lérida, hijo de panaderos, es la masa encefálica de la política española y, junto a Pedro Duque, el único gobernante que, conociendo la teoría de Kutta- Jukovski, sabe por qué vuelan los aviones. Ha demostrado su cociente intelectual en ciencias exactas en territorios próximos a la ingeniería aeronáutica con máster y doctorados de verdad en California o París alargándose hasta una cátedra de Matemáticas. Llegó al socialismo trabajando en un kibutz en el que casó con una sionista. Siendo Secretario de Estado de Hacienda de Felipe González tenía una cama turca en el despacho con las paredes pinchadas de gráficos, hacía ejercicio corriendo alrededor del edificio y puso a Lola Flores a los pies de los caballos por fraude fiscal. En su calidad de escrupuloso inclemente se le requirió su declaración de la renta que negó alegando privacidad, tildándosele de chulo recaudando tributos. Nada grave; su primera mujer, entre risas, reconocía que su marido era bastante chulo. Hasta en su partido le tenían por jacobino, confundiendo el «Terror» con el centralismo que también generó la Revolución Francesa. En Obras Públicas suprimió la cartelería publicitaria por el aviso de que se estaba circulando por la red de carreteras del Estado e indultó al toro de Osborne. Con Joaquín Almunia de Secretario socialista y primer candidato a las elecciones se presentó contra él en esas primarias que carga el diablo en una comprobación suicida de si en la piscina había agua, ganando y creando una bicefalia insoportable en el partido. Como si fuera un anticuerpo funcionó el poderoso jacobinismo socialista y Borrell se vio enredado en infundios fiscales sobre la adquisición de un chalet en Baqueira Beret y hubo de retirarse a la Presidencia del Parlamento Europeo de la que salió como reglamentista y ordenancista. El efecto Borrell que le acompaña quizá por tan inteligente que no se sabe explicar. Poner a salvo 9.000 euros de su exmujer en Abengoa denota interés por la madre de sus dos hijos y corazón de piedra para el incauto comprador de acciones, a más de una falta grave con consecuencias dolosas para otros. Con esos efectos no se puede circular por la vida pública.