Opinión
«La verdad os hará libres» (Jn 8,32)
Antes de que acabe el mes de noviembre, –hoy es 28–, me voy a hacer eco de un documento que aprobó la Conferencia Episcopal Española, el 20 de noviembre de 1990. Me temo que nadie o muy pocos, ni siquiera de nosotros, se va a referir a este importante documento, en este 28 aniversario suyo, que me voy a permitir citar o copiar literalmente, porque lo hago mío veintiocho años después en este artículo por actualidad e importancia del mismo y por responsabilidad propia, por mi ministerio episcopal en Valencia y en España y mejor no sería capaz de expresarlo. Soy consciente de que, una vez más, no voy a ser políticamente correcto, pero soy libre y debo servir a la verdad que nos hace libres. Nadie me lo puede impedir. El domingo celebramos la fiesta de Cristo Rey y Él mismo, Jesucristo, se define como «Testigo de la Verdad», para eso ha sido enviado al mundo: «para dar testimonio de la verdad», y la «verdad nos hará libres», como titularon los Obispos en su momento el documento en cuestión tomando palabras del evangelio de Juan; y la Palabra de Dios «no está encadenada», como señala también San Pablo.
No soy político, ni hablo como político, sino desde la responsabilidad que como Obispo tengo en la Iglesia, en la sociedad y mi deber para con la humanidad y su futuro, en cuanto Obispo y ciudadano libre. Me van a tildar una vez más que soy un político, pero se equivocan por completo quienes así piensen de mí: ni me conocen ni me respetan en mí ser más propio. Dada la situación en que nos encontramos, me voy a referir precisamente a los poderes públicos, al poder político, y con palabras de los Obispos en el número 60 de su documento, asumo por completo la afirmación de que «los cristianos hemos de ser los primeros en mostrar nuestro reconocimiento leal hacia los políticos. Sin ninguna reserva, la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la res-publica y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades» (GS 75). ¡Cuántas veces he salido públicamente en defensa de la clase política, cuando voces interesadas en la subversión los denigran!; seguiré sin embargo saliendo en su favor, haciéndolo sin paliativo alguno y sincero convencimiento.
Decían los Obispos: «Carece de fundamento evangélico una actitud de permanente recelo, de crítica irresponsable y sistemática en este ámbito. Consideramos, asimismo, con mucha preocupación el hecho de que, pese a la importante presencia de los católicos en el cuerpo social, éstos no tienen el correspondiente peso en el orden político». Y añado: no es infrecuente que en agrupaciones políticas o en afirmaciones de la opinión pública se «penalice» el que estos laicos en la vida pública expongan limpia y libremente sus convicciones católicas, no se les permite o no se les deja que lleven sus convicciones a la esfera de la vida política, y se considera, de alguna manera, como intromisión, confesionalismo u obediencia, es decir «plegarse», a lo que dicen los Obispos. En el número 61 del documento en cuestión sobre «La Verdad nos hará libres», los Obispos añadían: «Junto a este reconocimiento franco hemos de recordar algo, por lo demás obvio: La vida política tiene también sus exigencias morales. Sin una conciencia y sin una voluntad éticas, la actividad política degenera, tarde o temprano, en un poder destructor». ¿No está sucediendo esto, desgraciadamente, hoy en día? Es necesario hacer examen de conciencia y responder con sinceridad y verdad, aunque ambas cosas parece que no están de actualidad, sin señalar a nadie: hay una cultura dominante que afecta a todos. «Las exigencias éticas se extienden tanto a la gestión pública en sí misma como a las personas que las dirigen o ejercen. El espíritu de auténtico servicio y la prosecución decidida del bien común, como bien de todos y de todo el hombre, inseparable del reconocimiento efectivo de la persona humana, es lo único capaz de hacer ‘limpia’ la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, el pueblo exige. Esto lleva consigo la lucha abierta contra los abusos y corrupciones que puedan darse en la administración del poder y de la cosa pública y exige la decidida superación de algunas tentaciones, de las que no está exento el ejercicio del poder político,... La ejemplaridad de los políticos es fundamental y totalmente exigible para que el conjunto del cuerpo social se regenere. Por eso una operación de saneamiento, de transparencia, es imprescindible para la recomposición del tejido moral de nuestra sociedad». «No se puede, por lo demás, separar la moral pública y la moral privada. Hoy se proclama con rara unanimidad que el hombre público tiene derecho a su vida privada, sancionando de este modo una dicotomía que secciona al mismo individuo en dos compartimentos estancos. Quien asume un protagonismo social ha de hacerlo desde la verdad personal, comprometiéndose por convicción y no sólo por convención o interés coyuntural». Dejo aquí las palabras de la Conferencia Episcopal en 1990 en este texto profético de la «Verdad os hará libres» (Jn. 8,32), y continuaré con esta aportación tan actual y tan animosa para actuar decididamente en la vida pública que merece la pena para contribuir a la regeneración de la sociedad, posible, necesaria y de gran calado para el futuro de una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos. Y como estrambote añado lo que me ha dicho un amigo antes de enviar este artículo a la redacción de LA RAZÓN: ¿Esto escribieron y suscribieron tus hermanos obispos hace 28 años? Verdaderamente profético. Pues prepárate tu. Le he respondido: «Hicieron justicia a la verdad de su título, y hoy también hago justicia a esta verdad que tanto necesitamos para una regeneración auténtica y profunda de la sociedad y de la cultura, inseparable de la verdad y de la libertad».
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