Opinión

Terror de los aforados

Resulta vergonzoso y escandaloso el número de aforados en España. Aproximadamente 250.000 ciudadanos que no son como los demás. Entre los aforados no figuran –la Infanta Cristina es un ejemplo-, los miembros de la Familia Real. Y al ocupar Sánchez la presidencia del Gobierno (es decir, mi persona), y los aposentos de La Moncloa (es decir, la persona de mi señora), en uno de sus vuelos por su aurora boreal particular, prometió suprimirlos en su mayoría. Terror entre los aforados. El anuncio estrella de Sánchez ha perdido luminosidad. De los 250.000 aforados, la reforma afectará a sólo 634. España pasará de tener 250.000 ciudadanos con privilegios políticos y judiciales a contar con tan sólo 249.366. Lo que se llama un recorte brutal.

Tengo seguridad por conocer la identidad y los cargos oficiales de los 634 afectados o purgados. Quizá, algún jardinero de La Moncloa, de incorporación tardía a su trabajo y limitados conocimientos en el cuidado de azaleas y rododendros. También podría darse el caso de que los 634 aforados desaforados por Sánchez sean enchufados de Rajoy, Soraya y Javier Arenas. Hoy he sufrido una molesta humillación que alcanza cotas de agravio comparativo. Acudo normalmente a cortarme el pelo a una peluquería «vichisuás», que es la manera que tienen en Cádiz de referirse a lo bisexual. Mujeres y hombres con los mismos derechos y cadencia en los turnos. Llegado el momento de mi derecho y mi turno, se ha colado una señora y se ha sentado en el sillón que me correspondía. He protestado con timidez y la inseguridad que hoy predomina entre los hombres. Todo, menos ser detenido por machista y llevado ante un juez de Jueces Para la Democracia. Ha sido la peluquera, amabilísima, la que me ha dado explicaciones mientras abarrotaba de rulos el teñido cabello de la invasora. –Lo siento, don Alfonso, pero ella es esposa de aforado-. Y a pesar de mi carácter y temperamento, ante una explicación tan clara y contundente, me he mantenido a la espera. El esposo de la invasora puede ser desde Montoro a cualquier parlamentario etarra, y ante eso, hay que comportarse con prudencia.

Pero no es de recibo prometer la supresión de los aforados y desaforar tan sólo de los 250.000 a 634 pringados. Claro, que las medidas estrella de Sánchez no acostumbran a llevarse a cabo con brillantez. «No admitiré en mi Gobierno a quien haya falseado su Currículum Vitae». Y él sigue ahí, con su falso doctorado. Y sus ministros, engañando a Hacienda. Y ahí siguen. Y Gibraltar que pasará a ser un condominio hispano-británico. Y es exclusivamente británico. Y doña Lola, hablando con Villarejo y llamando «marica» al ministro del Interior, y ahí está. Y los restos mortales del general Franco que iban a salir en diez días de su tumba en la basílica del Valle de los Caídos, han decidido que no desean obedecer a Sánchez. Perder contra un vivo entra en las posibilidades de la política. Que los huesos de un fallecido sean los responsables de un ridículo, sólo le puede suceder a un gafe como Sánchez. Gafe o mentiroso, o ambas cosas a la vez, que son perfectamente compatibles.

El problema es España, que con Sánchez puede saltar por los aires. Si no fuera por ello, a Sánchez habría que mantenerlo siempre en el candelero, porque hace y dice tantas majaderías que resulta divertido. Sucede que la diversión que Sánchez procura con sus tonterías es una diversión peligrosa. Pero sin responsabilidades, se le podría adjudicar para el futuro, con derecho a una habitación con cuarto de baño en La Moncloa y con independencia del partido político que gobierne, una «Vicepresidencia No Ejecutiva de Improvisaciones y Sandeces», con derecho al aforamiento. Al fin y al cabo, en un Estado ladrón -el Estado, no España-, que derrocha miles de millones de euros en estupideces, ¿qué importa un sueldo vitalicio para un inútil? El chocolate del loro. Séame tenido en cuenta, por favor. Gracias mil.