Opinión

Gorriones

En un momento de éxtasis de cursilería, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, para justificar la clausura del centro de Madrid y la ruina de centenares de comercios capitalinos, se volvió a los periodistas y dijo: «Escuchad. Por fin se oyen los cantos de los pájaros». En Madrid siempre han alegrado las mañanas los cantos de los pájaros, especialmente los gorriones comunes (passer domesticus), si bien en los parques y alamedas de la Villa y Corte, también alegran las ramas de los árboles los gorriones morunos (passer hispanoliensis), los gorriones molineros (passer montanus) y los gorriones chillones (petronia petronia). El lenguaje de los gorriones no difiere en su estado de ánimo del canto del resto de los pájaros que habitan en Madrid. Cantos de alegría en los amaneceres y de tristeza y angustia en sus atardecielos. Me proponía escribir «en los crepúsculos», pero no lo hago en recuerdo de mi añorado Antonio Mingote, que abominaba de dos voces, crepúsculo y ternura. En uno de los muchos homenajes que le ofrecieron, el presentador del acto se refirió en más de diez ocasiones a la «ternura en los dibujos de Mingote», y Antonio que era tan bien hablado, como educado, me miró con estupor mientras me susurraba: «Menudo pedazo de hijoputa».

La alcaldesa no ha oído los cantos de los pájaros de Madrid o bien porque no ha querido, o bien porque los pájaros le interesan poco. Además de gorriones, en Madrid –me refiero a los pájaros pequeños, no a otras aves–, abundan los herrerillos, los verderones, los jilgueros, las lavanderas, las bisbitas, los ruiseñores, los petirrojos y los reyezuelos. Y me quedo corto. Pero siempre la principal voz cantante, la coral, es cosa de los gorriones, los más abundantes. Con anterioridad a ser estación de trenes, la del Norte, la del Príncipe Pío, así bautizada en honor del Príncipe Pío de Saboya, un poeta malvado y bohemio de la Corte le endilgó estos versos, que también forman parte del gran hueco de ignorancia de la señora alcaldesa: «No hago su semblanza, porque me figuro/ que de sobra ya/ saben los lectores que es un Príncipe éste/ que ni fu ni fa./ Si saber pretendo lo que dentro tiene/ siempre me hago un lío;/sólo sé de cierto que los gorriones/ dicen “pío pío”./ ¡Si será un portento! ¡Si será un imbécil!.../Nada. No lo sé./ Cuando entienda el habla de los gorriones/ lo averiguaré».

El canto de los pájaros, de los grillos, de las cigarras. Cuando fallece Gracia de Mónaco en accidente de carretera, en un tramo de la segunda cornisa entre Niza y Montecarlo, un cronista más cursi que el abanico violeta de Jesús Aguirre, escribió en crónica lastimera y elegíaca: «A la Princesa Grace, lo que más le emocionaba en los atardeceres de Mónaco era escuchar los trinos de los pájaros y el canto de las cigalas». Es decir, que las cigalas, esos mariscos maravillosos, además de estar para chuparse los dedos, cantan. Lástima que no haya reparado en ello la alcaldesa que está arruinando Madrid. Podría haberle comentado a Rita Maestre: «Atenta Rita; lo estamos haciendo tan chupi rechupi, que se oyen desde el Manzanares los cantos de las cigalas». Y Rita, presa de la emoción respondiendo: «Eres la bomba, tía».

En el momento que escribo, un gorrión común «passer domesticus» –no confundir con el moruno «passer hispaliensis», y menos aún con el molinero «passer montanus»–, salta por el borde de la pequeña terraza de mi piso, y de cuando en cuando, pía. Y para ello no he tenido que clausurar todo el centro de Madrid a los coches, autobuses no municipales, motos, bicicletas y patinetes. En Madrid siempre se oirán los cantos de los pájaros, y serán de exagerada alegría cuando la señora alcaldesa se vaya a su casa y vuelva la libertad al Gobierno del Ayuntamiento.

Tengo el placer de invitarla para que oiga el canto de los gorriones libres en las frías mañanas de otoño que languidece. Y aquí me he puesto también cursi, porque quiero y no es anticonstitucional.