Opinión

Escuchar pasos detrás

Mi hijo, 20 años, me enseña el testimonio de una amiga de Instagram. Está indignado. «Mamá escribe algo», me pide. Escribe sobre el miedo que pasan las chicas por la noche cuando vuelven solas a casa. Escucho el testimonio de la chica que hace dos noches sufrió un intento de violación. En shock llegó a su casa y se puso a grabarlo. Sobrecogida iba narrando episodios de lo sucedido. No era consciente de que la había podido matar. Al día siguiente, oyéndose a si misma, se dio cuenta de que había sido capaz de contarlo, de que defenderse del violador podía haber terminado con su vida. Entonces lloró, lloró dando gracias por estar viva, porque nadie la había cuestionado, porque hubiera chicos tan buenos, chicos como mi hijo que tanto la respaldó.

Mi hijo me dice que todavía tiene compañeros que piensan que ellas se visten para provocarlos, que van buscando guerra. Me cuenta que en muchas discotecas ellas siguen entrando sin pagar. Son el cebo, expresa furioso. A ellas las dejan pasar gratis para que ellos entren pagando y busquen su presa. 2018. 2019 casi, y algunos colegiales ven a las niñas como objetos de deseo. Objetos.

La chica a la que estuvieron a punto de violar la otra noche, dice y repite en sus redes que es injusto el miedo que hay que pasar para llegar a tu puta casa. Que, por favor, crean a las mujeres que cuentan acosos. Yo todavía paso miedo también. No porque me vayan a buscar sexualmente, claro, pero sí por si quieren robarme. Ahora mi miedo se ha reducido a la mitad. Pero es horrible que sigamos mirando hacia atrás y oyendo pasos, a veces inexistentes.