Opinión

Ancestral migraña

Me ha divertido mucho el relato, publicado aquí en La Razón, del encuentro –entrevista de Gonzalo Sol con Jesús Aguirre. Una premisa. Jesús Aguirre, duque de Alba por matrimonio, no hizo por la Casa de Alba nada de nada. Es más, la perjudicó hasta extremos inauditos. El gran Duque de Alba consorte no fue otro que Luis Martínez de Irujo y Artazcoz, que puso en orden el desorden posterior a la Guerra Civil, impulsó la Fundación y se comportó en familia como un padre ejemplar. Fue un gran señor.

Gonzalo Sol define a la perfección la cursi displicencia de Aguirre, al que, al fin, ya en público, los hijos de Cayetana se han atrevido a desenmascarar. Culto y cínico. Traductor y editor. Cura. Blando de caderas. De cuando en cuando, de divertidas auroras boreales. «Está tan pesada Cayetana, que le he dicho que, o cambia de actitud, o me veré obligado a expulsarla de casa». En una comida que ofreció en Liria Cayetana a Don Juan y Doña María, fueron acompañados por mis padres. Mi madre se sentó a la izquierda del duque, y se sintió atraída por el manejo del pan con sus manos consagradas. «Partía el pan de una manera, y lo tomaba entre sus manos de tal forma, que parecía iniciar el movimiento de la Elevación». Fue elegido miembro de la Real Academia Española por El País, que en aquellos tiempos, como ahora, domina la tricentenaria institución. Prueba de ello es que Juan Luis Cebrián ocupa un sillón en el santuario de la buena palabra. Un poeta satírico de principios de siglo, nada partidario de don José de Echegaray, de su obra teatral y de sus críticos elogiosos –Urrecha-, le dedicó un epigrama al discutido Premio Nobel. «En Bombay, dicen que hay/ terrible peste bubónica./ Y aquí Urrecha hace la crónica/ de un drama de Echegaray./ ¡Están mejor en Bombay!». Cuando Janlí leyó su discurso de ingreso en la RAE, el poeta López Medrano nos regaló una nueva versión del epigrama contra Echegaray. «En Ceilán, dicen que están/ sufriendo grave epidemia./ Y aquí ingresa en la Academia/ el merluzo de Cebrián./ ¡Están mejor en Ceilán!». La realidad es que los académicos más influyentes, Víctor García de la Concha, Fernando Lázaro Carreter, y otros ilustres colaboradores del diario que se independiza de la mañana, como decía Santiago Amón, decidieron que Aguirre tenía que ser académico. Y lo fue. De Lázaro Carreter, autor de los guiones de las películas de Martínez-Soria, escribió el formidable poeta satírico Juan Pérez-Creus: «Cristo a Lázaro en buena hora/ lo levantó en un instante./ A este Lázaro de ahora/ no hay Cristo que lo levante». Y el gran Manuel Halcón, autor de una de las joyas de la narrativa andaluza «Recuerdos de Fernando Villalón», mientras saboreaba en su casa la tarta de Paca, nos confesó a un grupo de amigos su indignada humillación. «Estoy humillado porque no me he atrevido a exponer mi voto negativo a la vergonzosa elección de Jesús Aguirre como académico. Ha sido una farsa».

A Jesús Aguirre, por aquello de su pasado sacerdotal, se le adaptaban de dulce motes religiosos, y cercanos a la irreverencia. El verso libre del franquismo, Fueyo Álvarez, decía que era Aguirre como la Virgen de Atocha, porque siempre tenía un niño entre sus brazos. Cayetana se empeñó en que fuera admitido, sin trámite de pruebas, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Aguirre lo deseaba por una cuestión nimia. Le gustaba el uniforme de maestrante. Y Don Juan, que quería mucho a Cayetana, hizo con muy limitado interés la gestión pertinente. Recibió la llamada del Teniente de Hermano Mayor de la Real institución sevillana: -Señor, si ordena Vuestra Majestad que Aguirre sea maestrante, será maestrante. Pero lo será en contra de casi todos los miembros de la corporación. Aguirre, en Sevilla, nos sorprende con un escándalo cada día, y no agradable. Indague, Señor, del menor marroquí que ha contratado para cuidarle las flores». Y Aguirre no fue maestrante.

Sufría de jaquecas y migrañas. «Es natural, porque todos los Alba, desde el primer Gran Duque, padecemos de una ancestral cefalea». Creo que al final de su vida, Cayetana se llevó la gran decepción de su error. Aguirre tenía dos caras. La que le ponía a Cayetana, que le había proporcionado toda la gloria social, y la que mostraba al resto de la humanidad, con los hijos de la duquesa incluidos en su sutil maldad acomplejada. En la gran historia de la Casa de Alba, Luis Martínez de Irujo es un personaje fundamental, en tanto que Aguirre es una anécdota extravagante con pañuelos color lila. Se ha hablado mucho estos días de su persona, y hoy, que siento un leve dolor de cabeza, he resuelto rendir homenaje a la ancestral migraña de los Alba que padecía el cultivado y vaguísimo consorte.