Opinión

Adeu, adeu

Me encantaría formar parte del rebaño de los pastores catalanes. ¡Qué obispos ejemplares! Visitan a los presos, se fotografían con sus familiares y se reúnen para criticar la presión preventiva de unos más que probados delincuentes. Eso es caridad cristiana. Como los antañones obispos vascos, que despreciaban a los malvados asesinados por la ETA y oraban con emoción incontenida por los traviesos muchachos que disfrutaban con los coches-bomba y los disparos en la nuca. Al fin y al cabo, un juego de juventud. Un párroco, de Hernani o así, lo manifestaba contrito: «No estoy de acuerdo con los tiros en la nuca, pero algún motivo tendrán esos chicos para proceder de esa manera». ¡Qué belleza de oración! Eran tan bondadosos aquellos obispos, que jamás protestaron o amonestaron a los sacerdotes inmersos en el mundo de la ETA. Un jesuíta navarro, el padre Sagüés, fue confinado en Loyola por orden del superior en el País Vasco de la Compañía de Jesús, que a su vez obedeció a su obispo, José María Setién. El padre Sagüés publicó un artículo en «El Diario Vasco» en el que vituperaba al prelado por estar más cerca de los criminales que de las víctimas. Pobre padre Sagüés, tan antiguo, tan anclado en el pasado, tan defensor del cumplimiento de Quinto Mandamiento de la Ley de Dios, no matarás. Pasaron los años, murió el obispo felón y su sucesor, tan felón como su predecesor, perdió fuelle. Y el Papa designó para pastorear el rebaño donostiarra a monseñor Munilla, que creía y cree en Dios. Y el pasado mes de abril, los obispos vascos se reunieron y firmaron un documento en el «pedían sinceramente perdón por las complicidades, ambigüedades y omisiones» de la Iglesia vasca en relación con ETA. ¡A quién se le ocurre pedir perdón por semejante nimiedad! El padre Sagüés, el último preso político de España, el único preso político de nuestra democracia, fue enclaustrado en Loyola por haber osado decirle al santo obispo Setién que estaba harto de ver sufrir a unos inocentes despreciados por sus pastores. Justo correctivo, por antiguo y sentimental.

Los obispos vascos de hogaño no son como los de antaño. Los de ahora se dedican a administrar sus diócesis, a rezar, a consolar a los débiles y a pedir perdón por los pecados de sus predecesores. Qué tontería. Con lo difícil que es llegar a obispo para ponerse a rezar por los deshabitados por la fortuna. Estos vascos no tienen remedio. Por eso, para demostrar que lo de Dios es un asunto perfectamente discrecional y prescindible en la Iglesia catalana, los obispos de aquella región del nordeste español se han unido para criticar que permanezcan en la cárcel los principales responsables de un golpe de Estado. Y han recibido con beatífica sonrisa y honda responsabilidad a un hombre bueno, guapo y pacífico, como Torra, en Montserrat, donde ha permanecido dos días terribles de ayuno, poniendo en riesgo su belleza. Y se han puesto el lazo amarillo, porque el lazo amarillo para los obispos catalanes es mucho más importante que la cruz. Vamos a dejarnos de antigüedades cavernícolas y sustituyamos la Cruz por el lazo amarillo, que por algo se lo pone Guardiola.

Por otro lado, en la vieja y alta Castilla, en la soriana localidad de Castilruz, sita en la fría y áspera España que se vacía, su párroco se ha atrevido a mostrar su satisfacción por el auge de Vox, que es un partido político nuevo y denostado, entre otros motivos, por haber manifestado su respeto por la religión cristiana y la fe católica. Y el obispo de Soria ha desautorizado a su sacerdote, recordándole que un siervo de Dios no debe opinar de política. Creo que ha exagerado el señor obispo, y más aún cuando sus compañeros de Cataluña han optado por la política y abandonado su labor pastoral. Sucede que es mucho más fácil chorrear al párroco de Castilruz que a los obispos catalanes del lazo amarillo y el amor por los golpistas.

Sólo ruego al señor Obispo de Soria que no repita la experiencia del padre Sagüés, y opte por perdonar a su sacerdote en lugar de enviarlo preso a cualquiera de los monasterios que en Castilla abundan. Es decir, que lo que le ruego al señor Obispo de Soria es misericordia, perdón y caridad, aunque sea muy antiguo, como la Cruz que en Cataluña han sustituido sus compañeros catalanes por los lazos amarillos.