Opinión
La RAE
En 1996 llegaron a oídos de Jesús Polanco noticias preocupantes. Tres académicos presentaban a Luis María Anson para ingresar en la Real Academia Española, y lo hacían con mayoritario apoyo del Cuerpo de académicos. Anson sumaba a su brillantísima trayectoria en el periodismo, una notable bibliografía, una cultura literaria e histórica cimera y un conocimiento de la Poesía Española realmente pasmoso. Anson, el más joven componente del Consejo Privado de Don Juan y de su Secretaría Política, era un monárquico liberal con raíces renacentistas y dominaba los campos y las esquinas de la Cultura -con mayúscula- española como pocos. Ya había abandonado la dirección de ABC y tenía en proyecto la fundación de La Razón.
El grupo Prisa, con paciencia y tino, fue haciéndose piano piano, calladamente, con el control de la Real Academia Española. Ingresaban los suyos y contrataba a ilustres académicos que agradecidos por la generosidad de sus contratos y colaboraciones en Santillana y El País, se sentían obligados a satisfacer al gran patrón de Prisa. Y Polanco exigió que simultáneamente al ingreso de Anson, lo hiciera Juan Luis Cebrián, director de «El País» y autor de «La Rusa», una novelita mediocre tirando a mala que fue llevada al cine con espectacular fracaso. Cebrián provenía de una profunda raíz falangista, fue subdirector de Informaciones y desde las páginas de la revista «Gentleman» le hizo a Manuel Fraga Iribarne, embajador de España en Londres y socio mayoritario del aún no nato diario «El País», una entrevista tan extensa como elogiosa. Más que una entrevista, un masaje con final feliz. Fraga, que tenía pensados a Carlos Mendo o Darío Valcárcel como directores fundacionales del nuevo diario, cambió de opinión y designó a Juan Luis Cebrián como primer director de «El País». Fraga perdió su mayoría, Polanco se hizo con ella y «El País», aprovechando con gran inteligencia la transición, se convirtió en el portavoz de la izquierda, que carecía de un medio de referencia con fuerza y calidad. Pero Cebrián, que fue un buen director de «El País», no tenía ni obra, ni talento literario ni cultura para ingresar en la RAE. Pero el montañés Jesús Polanco, antiguo falangista y gran empresario, se impuso. Anson ingresó con mayoría abrumadora en la primera votación y Cebrián lo hizo con mayor dificultad pero a sabiendas de que en la segunda votación, por mayoría simple, tenía asegurado los votos de sus colaboradores.
Y ahora, en esas estamos, pretende ser elegido Director de la Docta Casa de la palabra. Compite con el ilustre jurista Santiago Muñoz Machado, y en la primera jornada de votación, ninguno consiguió la mayoría absoluta necesaria, quedando a la espera de lo que suceda el próximo jueves, 20 de diciembre. Muñoz Machado obtuvo 18 votos, Cebrián 12 y un tercero, el filólogo y catedrático de Lengua española José Antonio Pascual, un voto, pero suficiente para optar a la dirección de la RAE en segunda votación.
Con todo mi respeto, creo que no sería un acierto que el próximo Director de la Real Academia Española, que ya ha cumplido los 300 años de vida, sea Juan Luis Cebrián, que es un académico político, una consecuencia del inmenso poder del propietario de su anterior empresa. Ligero peso lleva en sus alforjas literarias, y no escribe bien. Lo curioso del caso es que doce académicos lo hayan votado, demostración diáfana del poder que todavía mantiene Prisa en la Real Academia. Cebrián, en su época de máximo gestor de la gran empresa cuyo poder heredó, fue una calamidad. Y como escritor, no destaca en ningún tramo del talento. De ahí mi lejana inquietud. Cebrián es un hombre inteligente, astuto, osado y ambicioso. No tan inteligente ni astuto, pero sí más osado y ambicioso es Pedro Sánchez, que para colmo, es doctor. Lástima de reglamento. No puede optar al cargo. Pero la RAE, para cubrir la inesperada resignación de Darío Villanueva, necesita un Director independiente no estigmatizado por la actividad política y económica. Se trata de una opinión, no de un presagio.
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