Opinión

Capicúa

Ahora que se celebra el centenario del Don Mendo, a cuento viene. Don Pedro engañó a sus biógrafos. En la mayoría de sus notas biográficas y enciclopédicas, 1881 es el año de su nacimiento, cuando en realidad nació en 1879. Le ilusionaba pasar a la posterididad como hijo de un año capicúa, fenómeno que se produce sólo una vez en cada siglo. El año capicúa del siglo XXI, el 2002 ya ha pasado, y no creo que tengamos paciencia y salud para celebrar el del siglo XXII, que tendrá lugar en 2112. Los capicúas encantaban a don Pedro. Le solicitó un notario aragonés una dedicatoria. Giménez Gran, abuelo de Joaquín –Jimmy–, Giménez Arnau, y le salió fluída su dedicatoria capicúa. «Al gran Giménez Gran, notario y capicúa». Claro, que también se dan capicúas de complicado sosiego.

Garzón, el de Nueva Zelanda, se ha enfadado mucho con Llamazares por haber fundado con otro Garzón –el de la prevaricación y amigo de Lola Delgado y Villarejo–, un partiducho político que va a cosechar menos votos que una cosecha de anchoas en Badajoz. Y Badajoz es muy grande, pero no se dan bien allí las anchoas. Jardiel Poncela, en amarga epístola dirigida a Miguel Mihura acusándolo de plagiador le decía entre otras lindezas. «Miguel, me he cansado de tus plagios, y todo tiene un límite, hasta la provincia de Badajoz». Garzón, el bobín comunista y socio de Podemos, ha anunciado que expulsará a Llamazares de Izquierda Unida por deslealtad. Y a Llamazares, sea dicha la verdad con crudeza, le ha entrado la risa. Pero este capicúa Garzon-Llamazares-Garzón va a resultar divertidísimo para todos exceptuando a sus protagonistas. En mis tiempos de primera juventud, me divertía asistir a los partidos del Plus Ultra, siempre domingueros y matutinos, en su campo de la Ciudad Lineal. El delantero centro del «Plus» se apellidaba algo así como Sornichero, y era jugando al fútbol malo de solemnidad. Muy corajudo, pero un desastre. Y un día, en el diario «Marca» se anunció que Sornichero se había puesto en contacto con el entrenador de la Ponferradina para vestir y defender los colores del histórico club de la ciudad minera desde la siguiente temporada. El presidente del Plus Ultra, indignado por la deslealtad, ordenó que Sornichero fuera apartado del equipo. Más o menos lo que ha sucedido con el capicúa Garzón-Llamazares-Garzón. Garzón, el bobín, se ha comportado como el presidente del Plus Ultra, y ha amenazado a Llamazares con apartarlo del equipo. Llamazares como político es perfectamente equiparable a Sornichero como futbolista. Muy corajudo, pero un petardo. Entre Llamazares y Baltasar Garzón, por mucho que se hayan ofrecido a Manuela Carmena, no alcanzan el centenar de votos. La guinda sería que sumaran a su nuevo partido político a Julio Rodríguez, el apuesto general de Podemos, que está gafado por la fortuna. También es cierto que el Garzón de Nueva Zelanda tampoco da la talla. El entusiasmo que despierta entre los electores es tan descriptible como el chaleco azulón de su chaqué de boda. Penoso.

Todo en ellos es pasado. Pasado y pesado. Se les ha desmoronado el edificio, el solar y el rincón de la barbacoa. Por perder, Baltasar Garzón ha perdido hasta el tupé, que tanto lo cuidaba y mimaba cuando se creía importante. Y Llamazares, como el otro Garzón, el bobalicón, representa lo menos atractivo de la antigüedad. Mi proveedor de latas de fabada, que sabe muchísimo de política, no se había enterado de la trifulca. –¿Qué me dice de la trifulca entre Garzón y Llamazares?–. –¿Qué ha pasado? No sé nada–; –pues eso, nada–.

Garzón-Llamazares-Garzón, gozoso capicúa. Al menos, la política nos abre la ventana de la sonrisa con esta curiosa anécdota. Adorablemente prescindibles, tres nadas a la izquierda de la nada, un popurrí de absurdos. Pero Garzón se ha indignado con Llamazares, y hombre, por Dios, Virgen de Atocha, hay que intentar que se reconcilien, que esto ya no dá más de sí.