Opinión
De Nochebuena
Si seré antiguo, que de niño vi en los días navideños a la pavera, la vendedora de pavos, cruzando la calle de Serrano. Los guiaba con una vara y voz enérgica, y los pavos seguían sus pasos con una disciplina heroica. Iban a la muerte y no parecían temer el horno. Allí, en la calle de Serrano tuvo lugar un hermoso gesto navideño que se ha convertido, al menos en mi recuerdo, en un preciso cuento de Navidad.
El niño rico era muy listo y estudioso, y había sacado unas notas formidables en el primer trimestre. Estudiaba en el colegio de Nuestra Señora del Pilar de la calle Castelló. Y sus padres decidieron premiarlo. Al niño rico le enloquecía un caballo de cartón y madera que se exhibía en el escaparate de «Pabú», una de las tres jugueterías de Serrano. «El Paraíso de los Niños», «Miñón» y «Pabú». Era un caballo caro, con la capa negra, silla de montar, estribos, riendas y doble uso de ruedas o balancín. Sus padres le entregaron el dinero para comprarlo. Y el niño rico, Ayala hacia Serrano, se encaminó a «Pabú» para cumplir con su ilusión.
En la esquina izquierda de Ayala con Serrano, donde hoy se alza «El Corte Inglés» que fue en su día «Celso García», un niño pobre pedía limosna para cenar en Nochebuena con sus hermanos y su madre. Aterido de frío alargaba la mano y metía las monedas que recibía en un bolsillo del pantalón. El niño rico pasó de largo, camino de la juguetería. Rico, listo, estudioso y bueno. Admiró a su caballo desde la calle, sin entrar en la tienda. Y sintió un látigo en la conciencia. «Mientras yo voy a gastar un dineral por un capricho, ese niño está pidiendo para cenar esta noche». Con lágrimas se despidió de su caballo, retrocedió hasta la esquina y le entregó todo el dinero, un billete verde de 1000 pesetas, al niño pobre. Orgulloso de su acción, pero muy enfadado por haber renunciado al caballo, se sentó en un banco de la calle para observar el movimiento de la vida.
Y así estaba, observando el movimiento de la vida cuando vio pasar sonriente y feliz al niño pobre, que llevaba de un cordelillo su caballo de madera y cartón. Porque ante un juguete como aquel, lo de la cena era un asunto secundario. Los niños son así de inesperados. El niño rico comprendió que para el otro niño su capricho vencía a la necesidad, y volvió a casa, y contó a sus padres con toda suerte de detalles los aconteceres de su generosidad, y los padres, emocionados, le regalaron otras mil pesetas para comprar el caballo. Pero en la tienda le dijeron que era el último y el único que les quedaba, el niño rico se quedó sin caballo, mientras el niño pobre celebraba la Nochebuena montado en el caballo de balancín.
Los nacimientos y árboles de Navidad imperaban. Todavía no nos había colonizado del todo Santa Claus o Papá Nöel. En la casa de mis padres se reunía una buena parte de la familia, y el segundo plato era pavo asado al horno. Me acordaba de aquellos pavos disciplinados que seguían a la pavera, y sentía un muy limitado resquicio de melancolía. Porque estaba siempre buenísimo, y no merecía la pena entristecer la noche recordando a unos pavos con los que apenas había tenido trato anteriormente.
Nochebuena de Misa del Gallo, cena y regalos. La Misa del Gallo siempre se prolongaba más de lo que la buena educación exigía. Iglesia de los Carmelitas de Ayala, con su largo pasillo de acceso por la calle de Velázquez. Cuando se oía el «Ite Misa est» – se rezaba en latín en aquellos años-, toda la fiesta se celebraba mejor. Estaban mis padres, que ya no están, mis tíos, que ya no están y mis nueve hermanos, tres de los cuales tampoco están.
Días grises de invierno. Dios ha nacido. Nace todos los años, pero ya no hay paveras vendiendo pavos, ni jugueterías en las calles, ni niños generosos que renuncian a sus ilusiones para aliviar las necesidades de otros niños que terminan montando sobre sus caballos. Feliz Nochebuena a todos los que esperan en cada diciembre el nacimiento del Niño y desean darle una patada en su inconmensurable culo a Papá Nöel.
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