Opinión

No acostumbro...

«No acostumbro a opinar de sucesos o hechos producidos más allá de mi diócesis». José María Setién, obispo de San Sebastián, hoy, desde la más optimista deducción, inmerso en el Purgatorio.

Se han cumplido 31 años del suceso o hecho acaecido más allá de la diócesis de San Sebastián, cuyo pastor era monseñor Setién, natural de Hernani –«Patria»-, y de raíces montañesas. Y acertó cuando los periodistas le acosaron rogándole su opinión. Zaragoza se hallaba más allá de la diócesis de San Sebastián. Pero lo que sucedió en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, fue consecuencia de la acción directa de destrucción y crimen de algunas ovejas negras del rebaño de monseñor Setién. Etarras guipuzcoanos, principalmente el canalla de «Josu Ternera», responsable de la masacre, y hoy huido de la Justicia española por la dejación y el abandono de los Gobiernos de Rajoy, la pequeña, y el depredador.

Aquel 11 de diciembre de 1987 un coche-bomba de inmenso poder destructivo explosionó junto a la Casa Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza. El edificio se desnudó, se precipitaron sus paredes al suelo, se desmoronó, y la onda expansiva destrozó las vidas de once seres humanos, entre los que había seis menores. Silvia Pino Fernández, Ángel Alcaraz Martos, Silvia Ballarín Gay, Esther Barrera Alcaraz, Miriam Barrera Alcaraz, y Rocío Capilla Franco. Salían hacia el colegio, con su mochila abultada de libros, lápices de colores, cuadernos y un «donuts». Lucha armada. Y también fallecieron José Ballarín Gava, guardia civil y padre de Silvia Ballarín, María del Carmen Fernández Muñoz, esposa del también asesinado guardia civil José Pino Arriero, Emilio Capilla, guardia civil y su mujer Dolores Franco. Asesinados, masacrados, muertos a manos de la ETA. Eso sí, fuera del ámbito diocesano de monseñor Setién.

Hoy, sus familiares, padres, hermanos, hijos y tíos de los asesinados siguen sufriendo la cruel pena del dolor permanente no revisable. No se revisa la tristeza hasta que la muerte termina con ella. Se han cumplido más de treinta años de la matanza de Zaragoza, y los herederos del odio y del crimen se sientan en los escaños del Congreso de los Diputados y apoyan con sus votos la permanencia de Sánchez en el Gobierno. Se decía que el gran pecado de los españoles era la envidia. Creo que yerran en el diagnóstico. El gran pecado de los españoles es su capacidad para olvidar y su claudicación para exigir justicia. Los familiares de las víctimas de la ETA, que también son víctimas con la muerte hasta el fin de sus días, jamás han pedido venganza. Se conforman con la justicia. Pero han sido y son, despreciados por los gobernantes del país del olvido. Hoy en día, es mucho más importante para el presidente gorrón del Gobierno el voto de un heredero del crimen y el terrorismo que el dolor y la indefensión de una familia destrozada por acciones terroristas.

Hoy, un presidente del Gobierno sin votos propios y con votos ajenos y miserables, pretende y lo va a conseguir, mantenerse como presidente del Gobierno de España gracias a su dependencia de los que desean destruir España. Protestan Lambán y Page, pero al final, se callan. Sólo deseo y me apeno recordando que este Gobierno de España ha aceptado los votos de los herederos de aquellos asesinos. Mientras Sánchez cumple a rajatabla con su plan de demolición de España, su mujer derrocha el dinero público, y percibe de una gran empresa creada y maravillosamente desarrollada de un Grande de España, un sueldo extraordinario a cambio de la adquisición con ventajas de algunos inmuebles de la SEPI. Y creo que ha llegado el momento de la rectificación empresarial, y de la solicitud de perdón a la sociedad española por parte del tal Güemes, aquel valor del PP que pasó de prometedor pelmazo a contratador de la mujer del traidor a cambio de unos inmuebles. Con los votos de los herederos del crimen, y los golpistas de Cataluña.