Opinión

La estación

La estación de trenes de Jerez de la Frontera es singular y atractiva. Apenas ha cambiado en los últimos cincuenta años. Camino del Puerto de Santa María pasé por su andén principal hace diez días, y mantiene la misma personalidad que en mis tiempos de soldado de Campo Soto, en la Real Isla de León, San Fernando, la ciudad liberal, militar y salinera. Dominan los azulejos en su estructura, y nunca mejor escrito, porque el color azul predomina en su cerámica y alfarería antigua. Pero no es lugar para desayunar, y menos aún, para hacerlo en secreto. En mis años juveniles no se desayunaba bien, y resulta muy complicado pasar desapercibido si el desayuno en cuestión es una extravagante reunión política. Con todo el respeto que me merecen los propietarios o concesionarios de la cafetería de la estación jerezana, no es el establecimiento pintiparado para pedir un par de huevos fritos con «bacon», fundamental para un desayuno perfecto. Creo que fue Churchill el que dijo que para comer bien en Inglaterra había que desayunar tres veces al día. Jerez, como el Puerto, están ligados por sus maravillosos vinos a Inglaterra. Los Domecq y los Lustau son la excepción francesa. Pero ahí están, en el Puerto, con especial relevancia los Osborne y los Terry, y en Jerez, Byass, Sandeman, Williams & Humbert, y demás apellidos gloriosos de las bodegas portuenses y jerezanas. Mirada y remirada la fotografía de los cuatros políticos que desayunaban en la cafetería de la estación de Jerez, se llega a una solución ajena a cualquier discusión. Desayunan muy mal, y un ser humano u homínido o humanoide mal desayunado resulta muy peligroso para la humanidad.

Ahí estaban dos de Ciudadanos, una de Adelante Andalucía –Podemos-, y el de Izquierda Unida –Podemos también-. Negociaban la formación de la Mesa del Parlamento andaluz, con el conocimiento del Partido Popular y el PSOE, y la ausencia de Vox. No le falta razón a Santiago Abascal cuando lamenta que Ciudadanos se reúna con los partidarios de Otegui y rechacen al partido de José Antonio Ortega Lara. Lo cierto, es que Marín, el dirigente de Ciudadanos en Andalucía, además de no saber desayunar, ha descolocado a muchos de sus votantes en la tierra de María Santísima. ¿De qué se puede hablar con seriedad y sosiego con Teresa Rodríguez, la señora de Kichi? De muy poca cosa. No me cae mal, pero es bastante burra, en el sentido más cariñoso del término. Por otra parte su apoyo popular ha experimentado un empinado descenso, y el de Izquierda Unida representa a muy pocos andaluces. En Andalucía la sorpresa la ha dado Vox, y un representante de Vox tendría que haberse sentado en el frugal desayuno, con perdón de los desayunos. Si fue convocado el de Izquierda Unida, lo lógico es que Vox hubiera tenido que estar presente como prueba de respeto por sus votos obtenidos. La señora de Kichi, que ha dejado Cádiz como un solar sin alegría, tiene una forma de hablar bastante divertida y graciosa, pero su expresión en la cafetería ferroviaria de Jerez no permitía optimismos. Estaba tensa y malhumorada, como si se sintiera zaherida por el zumo de naranja. Por lógica, el desayuno lo tuvo que pagar Marín, que llevó carabina al encuentro. La mayoría paga, aunque las dos mayorías de verdad también se hallaban ausentes.

Con Ciudadanos me sucede lo mismo que con el inicio de una novela de Stephen Leacock, cuya lectura abandoné atemorizado por enloquecer: «La tormenta se encrespaba aquella noche en la costa oeste de Escocia. Por lo demás, eso no tiene importancia para esta historia, que no se desarrolla allí. El tiempo era igual de malo en la costa este de Irlanda. En Gales, más de lo mismo. Pero la escena de este relato se sitúa al sur de Inglaterra».

Un desayuno tan desapacible no puede traer nada bueno para Andalucía. Pocas viandas y muchos ausentes. De cuando en cuando el bocinazo del Talgo y el abrazo de emoción del que vuelve por Navidad al paraíso. Porque eso sí. Menos para desayunar en una estación, Andalucía es el paraíso.