Opinión

¿Inocentada?

Escribo en la tarde del Día de los Inocentes. No podré hacerlo mañana para el día 30 de enero porque me dispongo a perderme en los bosques detenidos de La Montaña de Cantabria. Lo haré en compañía de Ricardo Escalante, que me informa de la presencia de una manada de lobos en los montes de Sejos, Cabuérniga arriba hacia Liébana. Entre Ruente, donde viven los Terán –Ángel Carlos y hermanos-, y la senda hacia Sejos se alza imponente el hayedo del Jilguero, un interminable y ascendente ejército de hayas que en la cuerda intercambian el suelo con abedules, mucho más resistentes a los fríos del norte.

Creo que voy a escribir de una inocentada, porque no puedo creer que sea verídica la noticia. Sí verosímil, pero no cierta. Leo en un estupendo trabajo periodístico firmado por Carmen Macías en La Razón, que los guardias civiles que vigilan día y noche el lujoso chalé y la extendida parcela de los Iglesias en Galapagar, se han visto obligados a pagar 400 euros cada mes por el alquiler de un urinario portátil. Parece ser que los propietarios de la lujosa finca de La Navata, Pablo Iglesias e Irene Montero, no son partidarios de dejarles acceder a los cuartos de baño de la millonaria mansión para cumplir con sus necesidades. Y que pasan frío en la presierra madrileña, más aún en estos días de invierno, gélidos ya en las inmediaciones del Guadarrama. Exigen vigilancia especial que pagamos todos los españoles, y ni Marlasca ni los dueños de la finca, aparentemente defensores de los sin techo, los abandonan al socaire de sus soledades para que los potentados habitantes del chalé duerman tranquilos. Creo, sin desmerecer el esfuerzo de nuestra redactora Carmen Macías, que tamaña crueldad y altivez para con los que les sirven a costa de los contribuyentes no encajan con los perfiles de los propietarios de la gran parcela con piscina y socarreña para invitados, luchadores por la igualdad, defensores a ultranza de las sonrisas y los abrazos, y justos demandantes de los sufridores que carecen de techo y servicios fundamentales para pasar las noches.

Tengo sabido que los dueños del chalé, afanosos provocadores de escraches y respuestas violentas a los resultados de unas elecciones democráticas, no toleran molestias en su cálido hogar. Ni gritos, ni pintadas, ni concentraciones de vecinos ante las puertas de su casa. Y lejanos a la intención de contratar unos turnos de seguridad privada en su hogar – que Venezuela, Irán, Soros, Évole y el Gran Wyoming financiarían gustosamente-, decidieron encomendar su sosiego a su denostada Guardia Civil. La encomienda fue inmediatamente atendida por el ministro Marlasca en beneficio de sus peticionarios, pero en vergonzoso perjuicio de sus agentes. –Vigilen las 24 horas del día el humilde hogar de los líderes del proletariado, si tienen frío se abrigan, y si sus necesidades fisiológicas se presentan inoportunas, procedan a llevarlas a cabo al amparo de los árboles o en caso de palabras mayores, con anterioridad al inicio de sus turnos, ingieran una píldora de «Fortasec»-. –Cumpliremos la orden, y gracias, señor ministro, por velar por nuestra confortabilidad en el desempeño de tan imprescindible servicio -.

Tiene que ser una inocentada. No me cabe en la cabeza que los Defensores de los desheredados, de los afligidos, y de los desahuciados, puedan dormir tranquilos sabiendo que los guardias civiles que velan por su seguridad carecen de una caseta para calentarse de cuando en cuando y tienen que pagar de sus bolsillos 400 euros por el alquiler de un urinario de los que se instalan en las bodas y los bautizos. Segura inocentada, por cuanto los propietarios del chalé vigilado por la Guardia Civil con factura a los contribuyentes, pertenece a dos luchadores de la clase obrera, dos estalinistas cuyos corazones laten al unísono, no sólo en el amor, sino también en los sueños del logro comunista. Por ello, y dada mi incapacidad de entender lo incomprensible, deduzco que se ha tratado de una inocentada de las gordas.

Claro, que en una sociedad, donde se admite que los gastos de la mujer del presidente del Gobierno formen parte de los secretos más secretos del Estado, que los defensores de los débiles duerman a pierna suelta mientras los guardias civiles se congelan en el exterior de su chalé encaja perfectamente con la situación.

Si no es inocentada, son unos golfos.