Opinión

Insultos con votos

En el insulto puede latir el arte. «Nació imbécil y tuvo una recaída» es insulto rebosado de talento. Ya en tiempos de Plutarco de Queronea existían progres que pretendían residir en la intelectualidad de la mano de la falta de higiene. «La barba y la suciedad no hacen al filósofo». Se insulta a los semejantes, a los paisajes, a los idiomas y las culturas. «Deja de hacer el indio», es sinónimo de «dejar de hacer el tonto». La culpa la tienen las películas del Oeste americano. Los indios son los únicos guerreros que anuncian con trepidante griterío que se disponen a atacar a los rostros pálidos de las caravanas y los fuertes, lo que lleva a los rostros pálidos de las caravanas y los fuertes a prepararse para repeler el ataque y hacer estragos entre los ululantes guerreros. También en Sudáfrica lo hacían los zulúes, con gritos y tambores, pero allí se dio la excepción. A pesar de anunciar su acometida contra los ingleses, éstos no pudieron detener la incursión de los zulúes. Fueron un centenar de británicos contra más de cien mil zulúes, y así no hay nada que hacer. Un diputado socialista de la Segunda República intentó, con escaso éxito, insultar a Gil Robles a través de sus calzoncillos. «Me parece inmoral que pretenda su señoría darme lecciones de justicia social cuando me consta que sus calzoncillos son de seda». Y Gil Robles replicó: «A mí lo que me parece inmoral es que sea tan indiscreta su mujer». Para mí, que las voces más efectivas del ámbito del insulto son «ceporro» y «cagapoquito», ésta última muy del gusto de don Camilo José. Porque una cosa es el insulto y otra muy diferente el adjetivo calificativo. Después de leer las dos brillantísimas columnas de César Vidal sobre las probables prevaricaciones tributarias contra sus no partidarios y la concesión de comisiones a los inspectores de Hacienda encargados de robar el dinero honestamente obtenido por el trabajo de muchos españoles, decir que Montoro –que se opuso tajantemente siendo ministro a que un despacho con el que tuvo estrecha relación fuera investigado–, es un probable prevaricador, nada tiene de insulto. César finaliza su artículo con una posibilidad y un deseo que muchos arruinados por Montoro guardamos con esperanza: Ver a Montoro y a sus bandoleros comisionistas –tengo nombres y apellidos–, ante el juez. Hace unos años, y durante unos meses, por decir que una mema era más fea que una localidad por la que pasa el AVE camino de Andalucía, o de vuelta de ella, fui propuesto como «persona no grata» de la ciudad aludida. Y siguen siendo feas, la mema y la ciudad.

Pero el insulto se convierte en cosecha de votos cuando la falta de talento explosiona en un político que no termina de entender que en una democracia se gana y se pierde por los votos. Él ganó la alcaldía de Cádiz con el apoyo del PSOE, y se prepara para abandonarla en las próximas elecciones. Por otra parte, su amor y compañera es la dirigente podemita de Andalucía, que insulta con mucha burricie y poco efecto, pero con algo de más finura que el edil gaditano. Ha dicho «Kichi» que los votantes andaluces de «Vox» son restos en forma de excremento del Partido Popular. No se me antoja inteligente definir de tal guisa a muchos centenares de miles de votantes andaluces de un partido emergente que con muchas posibilidades, como poco doblarán los resultados positivos en la próxima cita con las urnas. Y una buena parte de esos votos nuevos provienen de los incautos que creyeron en Cádiz que «Kichi» y su intelecto hueco ofrecían esperanzas. Entonces enloquecen. Vislumbran la derrota, la pérdida de los privilegios, el alejamiento del dinero público, la desaparición de la cortesía protocolaria oficial, el coche y el tratamiento. Y en lugar de aceptarlo como un mandato democrático y popular, se ponen a insultar a centenares de miles de andaluces hartos de las políticas groseras y ladronas que han determinado y firmado su fracaso.

Insultar, definiéndolos como excrementos, a los votantes andaluces es, además de una falta de educación vergonzosa, una estupidez. El insultado injustamente reacciona, y más de un podemita fiel a la mentira que se mantenía dispuesto a seguir votando a «Kichi», ha abierto los ojos y concluido que el tal «Kichi» no vale ni para insultar. De ahí que en «VOX» se froten las manos de gusto a la espera de una nueva estupidez de «Kichi», el experto en defecaciones y estercoleros.

Un ceporro que habla para que triunfe su adversario. Y para colmo, desde Cádiz, la ciudad del talento, la luz y la libertad.