Opinión

Servicio

Tuve el honor de embarcar en «El Giralda» en la última navegación de Don Juan. Cartagena, con su cena de los almirantes que le ofrecía el almirante García Lomas. Almerimar, donde visitó a los balandros de época que participaban en la regata que lleva su nombre. Puerto Banús, donde fui reconocido por una mujer durante la maniobra de atraque. Se lo comentó a su hijo. «Mira, ahí está Alfonso Ussía»; «¿Cuál de ellos es?», preguntó el puñetero niño. «El único que no hace nada», dijo la pécora. Y de Banús a Puerto Sherry, superando con viento de levante empujando la popa el estrecho de Gibraltar. Don Juan , a la altura de Punta Europa, Almirante Honorario de la Real Armada Británica por nombramiento de la Reina Isabel II, saludó por última vez con un descomunal corte de mangas a la «Unión Jack» que ondeaba en la colonia. «Quiero y respeto con hondura esa Bandera, pero ahí donde está, no tiene nada que hacer». En Puerto Sherry, Puerto de Santa María, le asignaron una pareja de guardias civiles para su seguridad. Sol de plomo de finales de agosto. Se dirigió a ellos y los invitó a embarcar. –¿ No les han asignado dos sillas y sombrillas para protegerse del sol?–; –No, Señor. Pero hacemos este servicio muy a gusto–.

Don Juan, personalmente, gestionó con el Club de Puerto Sherry la comodidad de sus guardias civiles. Instalaron, en el malecón, a diez metros del «Giralda» dos cómodas butacas, dos amplias sombrillas, y por turnos, cenaban y desayunaban a bordo. De Puerto Sherry a Bonanza, muerte del Guadalquivir, y río arriba hacia Sevilla, donde su garganta se obturó, y después de visitar la Expo-92, voló a Pamplona para iniciar su agonía en el Hospital Universitario, con el sabio amparo del doctor Rafael García-Tapia.

Don Juan conocía y saludaba por sus nombres a todos sus escoltas de la Guardia Real, y retomo las palabras de uno de sus oficiales, el entonces teniente Canto, como todos ellos, de la Guardia Civil. –Servir a Don Juan no es un servicio, sino un privilegio–.

Más o menos como servir y guardar a los condes de la Navata y a la pareja Sánchez-Gómez. Ni urinarios, ni caseta, ni abrigo , ni techo, ni el detalle de invitarlos a una loncha de jamón y un vaso de agua. De agua fresca o del tiempo, agua clara de los versos de Antonio Machado. «No sirvas a quien jamás han servido». Esta doble pareja de chulos del sistema, no sólo ignoran a quienes les sirven, sino que los desprecian. Consideran que es un honor velar por su seguridad e integridad física. Y por supuesto, duermen como ositos hibernados mientras los guardias civiles no reciben ni el premio de la gratitud. A los señores se les reconoce por su manera de tratar a quienes, pública o privadamente, les prestan sus servicios. El maltrato social, que es tan grave como el de género. –Yo mando y usted me sirve. Yo duermo y usted me vela. Yo como y usted se aguanta. Yo me abrigo y usted se fastidia. Y yo tengo mi cuarto de baño y usted tiene, como los jabalíes, todo el campo para cumplir con sus necesidades. Y por supuesto, nada tengo que agradecerle, porque no se agradece la obligación de la servidumbre. Nosotros somos representantes del pueblo y ustedes chusma fascista de poco fiar. Bastante les damos concediéndoles la oportunidad de guardar a cambio de unas dietas ridículas la grandeza de nuestras personas. Pablo, Irene, Pedro y Begoña–.

En sus jornadas de caza, Don Juan, cuando tenía la suficiente amistad y confianza con los anfitriones, siempre les rogaba que no hubiera distinciones entre las comidas de los cazadores y las de los secretarios, cargadores y servicios de seguridad. Don Juan servía a sus servidores porque llevaba en su sangre siglos de compenetración con ellos y agradecimientos permanentes. Los marineros del «Giralda», Juan, de Bermeo, Emilio, de Bermeo, Basilio, de Bermeo, José, gallego, y Ramiro, madrileño y cocinero a bordo, lo querían como a un hermano mayor o un padre. Jamás levantó la voz por un fallo humano o una distracción. El servicio era perfecto porque Don Juan servía su servicio. Eso no se le puede enseñar a estas parejas de horteras petulantes sobrevenidos al poder. Quien no está pendiente de los que les sirven, no merecen ser servidos. Sucede que la Guardia Civil cumple siempre con su deber, aunque su deber sea servir a los que la desprecian.

Mala gentecilla sin estilo ni categoría humana.