Opinión

Antibalas

Me he divertido mucho leyendo a Salvador Sostres en ABC. Muchos amigos catalanes me tenían informado del desajuste temperamental del forajido en lujosa fuga, pero el detalle del chaleco antibalas endulzado por el probador de alimentos para evitar su envenenamiento, me ha ayudado a soltar la primera carcajada del año 2019. No soy de carcajadas, pero de cuando en cuando vienen bien, desahogan y dejan una sosegada resolana en el espíritu.

Que estaba algo zumbado era obvio. Sus propios y más allegados colaboradores han bautizado la casa de Waterloo como «Maniac Mansion». Semanas llevo sin adivinar la figura de su protector Matamala a su lado. Para mí, que se ha dejado toda su fortuna en los mejillones, las óperas, y los restaurantes belgas que ha disfrutado el locatis. Y para colmo, se confirma su compartida afición con su mujer a la brujería. Su mujer es una catalana de toda la vida nacida en Rumanía, tan catalana como Pisarello, la monja Caram y Hristo Stoichkov. En la Rumanía catalana de su juventud, se aficionó a las brujas, practicó la güija con maestría y ante sus ojos futuristas resplandeció un paisaje nuevo y luminoso coronado por un hombre con un peinado peculiar,modelo fregona, único en el mundo. Y viajó a España, y en Gerona, lo encontró. El amor surgió fulminante, como el de Miquello Corleone con Apollonia en su encontronazo siciliano. He conocido a personas en peor estado que Puigdemont, pero no se les hacía excesivo caso, ni se invertían en su beneficio tantos millones de euros provenientes de los impuestos de los españoles. Conocí a un individuo, de muy noble familia, que sin necesitar a ningún Matamala, se dejó su fortuna jugando al parchís. En cierta ocasión viajó en Coche-Cama de Wagons Lits Cook, desde Vigo a Madrid. Acudió un empleado de la familia a recogerlo a la estación. No apareció. Le gustó tanto el tren, que adquirió cincuenta billetes de ida y vuelta de Vigo a Madrid y de Madrid a Vigo y se pasó cien días en el convoy. Le regalo la idea a Puigdemont. Pero le va a resultar muy difícil sacarle más dinero al pobre Matamala.

El grosor corporal de Puigdemont no es consecuencia del exceso de grasa, sino de un chaleco antibalas que se acopla al torso cuando abandona «Maniac Mansion» para protagonizar cualquier tontería. Le falta el casco. Un francotirador no dispara jamás contra el cuerpo. Apunta a la cabeza, y no falla. Y el chaleco antibalas no protege del todo a su portador. Más abajo del ombligo, no hay tu tía. Los americanos han sumado a sus equipos de protección bélica un complemento fundamental. Se trata de una coquilla liviana pero resistente, en la que rebotan todas las balas disparadas contra los huevillos. En el mercado negro se adquieren por 2.000 dólares, más o menos, y si la gestión la lleva a cabo Soros, puede salirle gratis. Así, con casco de superficie resbaladiza, el chaleco antibalas y la coquilla «salvahuevillos», Puigdemont puede abandonar su «Maniac Mansion» con plena tranquilidad. Pero lo de hacer probar a los Mozos de Escuadra los pasteles que los tontos le llevan desde Gerona, se me antoja intolerable. Es un abuso. Primero que pruebe el Mozo, y si hay veneno, que la casque el Mozo. No me parece ni ético ni catalanista. Además, que nadie desea asesinar a semejante petimetre. El mayor y más cruel atentado que puede sufrir Puigdemont es que lo dejen vivir en Waterloo con todas las comodidades a las que un cobarde puede aspirar y aguardar a que los separatistas catalanes se enteren de una vez de lo que realmente representa el pájaro. Una farsa enloquecida.

Adelgace y abandone tranquilo Puigdemont su hogar zumbado, que nadie invertirá ni medio perdigón en causarle daño. Y acepte los pasteles de los tontos sin previa degustación del Mozo de Escuadra de servicio. Porque ese gesto no es sólo propio de un cagueta con el cerebro chamuscado. Es de un miserable.