Opinión
Zaplana
El gran error político de Eduardo Zaplana es el de no haber asesinado a nadie por la espalda de un disparo en la nuca, o explosionar a distancia una bomba, o secuestrar a un empresario o a un obrero y pedir a cambio de su vida la cantidad de dinero que se le antoje, o enviar cartas amenazando de muerte a quien no financie sus actividades terroristas. Zaplana, enfermo terminal de leucemia, se está enfrentado sin poder alguno al de una juez inmisericorde que algún día tendrá que explicar a sus compañeros y a la ciudadanía su personal animadversión y crueldad con el ex ministro y ex presidente de la Generalidad de Valencia. De momento, no ha sido juzgado, Zaplana afirma no haber delinquido, y mientras no se demuestre lo contrario, es un procesado y no un condenado, y por ende, merecedor de la presunción de inocencia. La opinión más terrible emitida durante este proceso de inhumanidad es de la juez: «En los paraísos fiscales también hay hospitales para tratar a Zaplana».
Uno de los mayores asesinos de la ETA, Iñaki De Juana Chaos, chantajeó al Gobierno de Zapatero con una huelga de hambre de dudosa firmeza. No obstante, además de aprender a meter tripa, adelgazó. Y el ministro del Interior, el inteligente y en aquellos momentos, atribulado Alfredo Pérez de Rubalcaba, ante un lejano peligro de muerte en la cárcel, consiguió que el Gobierno de España lo excarcelara. Después de una breve estancia en un hospital de San Sebastián, paseaba plenamente recuperado por el Paseo de La Concha, el malecón de Ondarreta o las calles de la Parte Vieja con una pareja de «ertzainas» siguiéndole a pocos pasos y velando por su seguridad. Hoy regenta un negocio de vinos y alcoholes en Venezuela.
Otro asesino despiadado, el famoso Bolinaga, enfermo de cáncer y presumiblemente en fase terminal fue puesto en libertad por el Gobierno de Rajoy. Se pasó tres años en Mondragón de tasca en tasca y de «herriko taberna» en «herriko taberna» soplando, tomando sus pinchos y recibiendo toda suerte de atenciones y homenajes. De terminal, nada.
Una terrorista de la ETA de especial influencia sanguinaria, la Beloqui, abandonó la cárcel para ser sometida a un proceso enriquecedor de sus óvulos. Su ilusión, después de haber asesinado a tantos inocentes, no era otra que darle la vida a un hijo. Y le fue concedido el permiso sin objeción alguna.
El ministro Marlasca, por orden de Sánchez, se propone dejar en libertad a doce terroristas de la ETA, entre ellos «Kantauri» y «Súsper», dos criminales demoledores. Y a dos de los doce afortunados, Gorka Fraile y Joseba Borde, por hallarse inmersos en un proceso oncológico, es decir, por padecer un cáncer. Esta medida tan generosa, especialmente la que afecta a «Kantauri» y «Súsper» es consecuencia de los pactos y el apoyo parlamentario que Sánchez precisa para gobernar.
Pero Zaplana, al que se le acusa de un delito monetario que el acusado niega, y que no ha sido juzgado todavía para comprobar si es culpable o inocente, se le discute su estancia en el hospital a sabiendas de la advertencia de los hematólogos que tratan su caso. «Si Zaplana vuelve a la cárcel, donde su enfermería no está dotada para combatir su leucemia, fallecerá en pocas semanas». Y la juez, de cuyo nombre y apellidos no quiero acordarme ni me importan, insiste en devolverlo a prisión en contra de las indicaciones de los médicos. No se trata de denunciar unos agravios comparativos. Se trata de resaltar una inhumana injusticia.
No creo que se atrevan a llevarlo hasta la muerte. Pero las intenciones apuntan a ello. Bildu manda y los terroristas etarras abandonan la cárcel. A Zaplana, con sus leucocitos disparados devorando sus hematíes lo quieren encerrar siendo un preso preventivo.
Renuncio a la adjetivación que me merece la actitud de la juez.
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