Opinión

Banderola

Ernesto Ladrón de Guevara es un vasco con una españolidad irreductible. Y ha respondido al portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, que ha criticado al Rey por su defensa de la Bandera como símbolo común de todos los españoles. «En Vascongadas muchísima gente no se identifica con España y su bandera», ha sentenciado don Aitor. Muchísima gente o un número aproximado, es decir, «muchisísima» gente o mucha gente, matemáticamente hablando. Y don Ernesto le ha respondido que «muchos vascos no nos vemos representados por la “ikurriña”, un engendro del racista Sabino Arana». Y remacha: «Los vascos que hemos recogido el legado de nuestros antepasados amando a nuestra Patria, España, como el guipuzcoano Blas de Lezo no nos vemos representados por el sentimiento pluralista del señor Esteban, porque simplemente nos sentimos españoles y somos españoles». Y nos recuerda que la «ikurriña» –que se traduce por banderita o banderola–, es un invento de Sabino Arana, el racista que eligió Lourdes para su viaje de novios y el milagro no se produjo. En este punto discrepo de don Ernesto, aunque muy ligeramente.

Sabino Arana, que era tonto –como demuestran todos sus escritos, muchos de ellos custodiados por el PNV para que no sean del público dominio–, tenía un hermano menor, Luis Arana Goiri, bastante más inteligente y con enorme influencia sobre su hermano mayor, el tonto. Necesitado el «bizcaitarrismo» – Guipúzcoa y Álava al margen–, de un símbolo representativo, Sabino Arana le encomendó al joven Luis el diseño de una bandera vizcaitarra que, años más tarde, se convirtió en la grímpola del PNV. Una banderola de partido.

Quien ame y conozca, como el que escribe, a las tierras vascongadas, sabe que la influencia de la exquisitez importada predominaba en dos provincias. Vizcaya, con sus industrias y su implantación señorial en Las Arenas y Neguri, se sentía indentificada con Inglaterra, en tanto que Guipúzcoa, por ser frontera, se descantaba por Francia. Los vizcainos de la alta sociedad hablaban mejor el inglés que los guipuzcoanos, y éstos aventajaban en el dominio del francés a los bilbainos. A los alaveses, llamados cariñosamente por Sabino Arana «burgaleses» no les iba ni una cosa ni la otra. Una conocida y muy adinerada mujer del nacionalismo, al ser preguntada por la ubicación de su casa en Las Arenas respondió: –«Es facilísimo. Llegando de Inglaterra, la segunda calle a la derecha».

Luis Arana era anglófilo y se inspiró en la «Unión Jack» para dibujar la «ikurriña». Sustituyó el azul escocés por el verde de los prados y los bosques de Vasconia, y asunto terminado. Copió la «Union Jack», se inventó la «Union Sabin», y el PNV tuvo su banderola, que años más tarde, durante la Segunda República, se consideró bandera oficial de «Euzkadi» o de «Euskadi», que aún no se habían decantado por la «z» o por la «s». Es pues, una bandera menor de un partido político que ha alcanzado, gracias a la Corona, la dignidad de bandera autonómica. Para un inglés daltónico, la «ikurriña» no se distingue de la «Union Jack», lo cual no deja de ser una curiosidad divertida y extravagante.

Y si bien es cierto que el nacionalismo y separatismo vasco –en franco descenso–, no se sienten identificados con la Bandera de España, más cierto es que los vascos que sienten a España por encima de todo, menos se sienten identificados con la banderola de un partido político impuesta como bandera oficial de las tres provincias vascongadas, que el PNV al fin, ha reconocido como vascos a los alaveses en un arranque de generosidad sin límite.

Don Aitor, y lo escribo con afectuoso asombro, no ha estado atinado ni oportuno. Creo que es un hombre estudiado y bien educado. Conoce perfectamente los pormenores de la creación de la «ikurriña», y sabe que, si algunos territorios de España han disfrutado de ventajas y afectos del resto de los españoles, han sido los vascos. Escrito sea, voyme.