Opinión
Un alférez y un soldado
El catedrático de Historia Contemporánea y diputado del Congreso de los Diputados de España, don Gabriel Rufián, ha colgado en las redes un mensaje emocionante pero muy alejado de la realidad. Escribe así, y en la presente ocasión, sin cometer ninguna falta de ortografía: «26/I/ 1939: Franco y sus generales entran por la Diagonal tomando una Barcelona que luchó adoquín a adoquín y a sangre y fuego contra el fascismo golpista aupado por Hitler y Mussolini. Hoy hace ochenta años». E ilustra su breve texto con una fotografía de las tropas nacionales que entran por la Diagonal entre las ovaciones, la algarabía, los abrazos y los besos de los barceloneses. El catedrático Rufián, o Rufián el catedrático, que tanto monta monta tanto, desconoce que Barcelona, la que luchó adoquín a adoquín y a sangre y fuego contra el fascismo golpista, como el lo define, la tomó cinco días antes, desarmado, con su boina de alférez del Requeté, y acompañado de un soldado que era su amigo y asistente, un aragonés nacido en Sitges y fallecido en Madrid que se llamaba Ángel Antonio Mingote Barrachina. El Alférez Mingote formaba parte del grueso de las tropas que se disponían a tomar Barcelona. En Barcelona, y creo recordar que en la calle Muntaner, vivía desde el inicio de la guerra doña Carmen Barrachina. Doña Carmen era la madre del alférez Mingote, a la que su hijo adoraba.
El alférez Mingote, que era un genio –como lo demostró con creces a lo largo de su vida–, amaneció el 19 de enero de 1939 con una idea luminosa y extravagante. Y se presentó ante el capitán de su compañía: –Mi capitán. Le solicito permiso para bajar hasta Barcelona y abrazar a mi madre–. El regimiento del alférez estaba concentrado en el Tibidabo. El capitán, no creía oír lo que estaba oyendo. –Pero, ¿se ha vuelto usted loco, Mingote? ¿Cómo pretende que le autorice a semejante barbaridad? Estamos a punto de ello, pero todavía no hemos recibido la orden de entrar en Barcelona–.
Los genios tímidos, como el alférez Mingote Barrachina, y más aún si llevan un ciento por cien de sangre aragonesa y raíces carlistas, son muy tercos. Y convenció al capitán. – Haga lo que quiera, yo no sé nada de esto, allá con su responsabilidad, y baje a abrazar a su madre–.
A las 8 de la mañana del 20 de enero de 1939, el alférez Mingote y su ayudante, sin armas, tranquilamente, tomaron Barcelona. Algunos viandantes los vitoreaban y otros salían corriendo, adoquín a adoquín, con el rabo entre las piernas al grito de «¡Han llegado, han llegado!». La portera de la calle Muntaner que reconoció a un Antonio Mingote flaco y desastrado, le informó que su madre se hallaba en Sitges. No tenía permiso para tanto, y con la naturalidad y normalidad que imperaban en sus palabras, aceptó el revés y lo recordaba de esta manera: «Con la misma buena educación que tomé Barcelona, la dejé y me reincorporé al resto de mi compañía». Y ya en lo alto, le contó el contenido de su aventura a su capitán. –Gracias, mi capitán. Mi madre está en Sitges. Y una última cosa: Menos dos o tres que han corrido como liebres, el resto de los barceloneses están deseando que entremos en Barcelona». Lo hicieron, como el catedrático Rufián recuerda, sin disparar un tiro, paseando por la Diagonal y atacados a besos, abrazos y flores por los barceloneses. Estaban en la calle bien colocados todos los adoquines, y si se advertía alguna mancha de sangre sobre ellos, se trataba de sangre de inocentes asesinados a última hora por los comunistas, socialistas, anarquistas y separatistas que corrían hacia la frontera.
En lo que sí tiene razón el catedrático Rufián es en el aniversario, el octogésimo. Pero no del día sino del año. El aniversario de verdad fue el 20 de enero de 1939, cuando a primeras horas de la mañana, amablemente, sin disparar un tiro, un alférez del Requeté, don Antonio Mingote Barrachina, acompañado de un soldado asistente, tomaron Barcelona.
El 27 de enero, el alférez anduvo por todas las curvas del Garraf hasta Sitges, y abrazó con el amor acumulado por la añoranza durante tres años, a su madre.
Ni a sangre y fuego, ni coñas marineras, Rufián. Un alférez y un soldado.
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