Opinión
Culpar
Como tantas otras a lo largo de la historia, la nuestra también es una época de confusión y cambios brutales que no saben gestionar correctamente los encargados de hacerlo. El historiador Ricardo García Cárcel dice que los comienzos de la Edad Moderna desataron una obsesión por la caza de brujas porque la sociedad se había convencido de que el demonio estaba en todas partes, y las brujas eran una de sus más dilectas creaciones. Para los muchos males de aquel tiempo –pésimas cosechas, clima terrible, crisis económicas, la peste...– se buscó un culpable, y las brujas fueron la respuesta más sencilla, quizás porque aunaban lo extraordinario (poderes sobrehumanos, infernales) con lo simplemente humano (la carnalidad de los más débiles). Así que, señalados por tener tratos con el diablo, se quemó a niños, adolescentes, hombres y mujeres, inculpados por brujería. Hubo delaciones, acusaciones entre vecinos y familiares, histeria y sicosis colectivas... Cuando la fatalidad se cierne sobre una sociedad, los poderosos son los más interesados en encontrar culpables que les aligeren de la carga que supone intentar resolver problemas y conflictos. Los conflictos sociales no son nunca bien recibidos, ni por las clase dominante de las sociedades totalitarias ni por las sociedades liberales. No lo fueron en la Edad Media europea ni en la Restauración española. Pero, como decía Ralf Dahrendorf, en esta actitud negativa ante los conflictos sociales hay un doble error de graves consecuencias: «quien considera el conflicto como una enfermedad no entiende en absoluto la idiosincrasia de las sociedades históricas; quien echa la culpa de los conflictos, en primer lugar, a ‘los otros’, queriendo indicar con ello que cree posibles las sociedades sin conflictos, entrega la realidad y su análisis en manos de sueños utópicos. Toda sociedad ‘sana’ autoconsciente y dinámica conoce y reconoce conflictos en su estructura; pues su denegación tiene consecuencias tan graves para la sociedad como el arrinconamiento de conflictos anímicos para el individuo. No quien habla del conflicto, sino quien trata de disimularlo, está en peligro de perder por él su seguridad». En nuestros días, muchas veces los poderosos que deberían gestionar un conflicto miran hacia otro lado, apelan a explicaciones descabelladas que los exoneren de responsabilidad... Y los ciudadanos siguen tragándose estúpidas justificaciones nigrománticas para sus males. Continúan, como antaño, creyendo en brujerías.