Opinión
Sorayito
Parece ser que existe un tal Carlos Cano, candidato a la Diputación de Guipúzcoa por el Partido Popular, que ha establecido infectadas comparaciones y equivalencias entre Vox y Bildu, es decir, entre las víctimas del terrorismo de la ETA y los terroristas de la ETA. Un sorayito más del PP, al que Pablo Casado no ha mandado a tomar vientos por ahora, y ya han pasado más de treinta desde que pronunció tan insufrible vileza.
Un discípulo de Maroto, una excusa más para que el PP de Pablo Casado, en el que tantos millones de españoles tienen puestas sus esperanzas democráticas, pierda sus votos en beneficio de Vox. Pero sobre todo y ante todo, un sorayito más, de los que Casado ha decidido no prescindir por entender que el PP es una fusión de Aznar, Rajoy y Soraya, cuando eso más que una fusión es una infusión de cianuro y heces a las finas hierbas del caserío de la abuela Nekane. Resulta paradójico, que el tal Carlos Cano no se autodenomine Karlos Kano, que camino lleva de hacerlo.
No es casual que personajes como este Carlos Cano surjan y medren en un PP que no presenta las cartas credenciales de su perdida dignidad. Me muevo entre espejismos y pasmos, y no me refiero al PSOE, ni a Podemos, ni a Ciudadanos. Creo que después de ensuciar el aire con las podridas palabras del tal Carlos Cano, un dirigente como Pablo Casado ya lo habría enviado a su casa si no estuviera atemorizado por sus sorayitos, entre los que destaca Maroto, que apoyó a Casado en contra de Soraya porque así lo decidió Soraya, que no Maroto. El PP lleva una carrera imparable hacia el desprestigio por culpa de su incurable complejo de inferioridad. Si Casado mantiene a Cano, Casado no sirve para nada. Establecer una equivalencia entre Vox y Bildu es más que una estúpida atrocidad. Es una ignominia, una calumnia, una cobardía y lamentablemente, una sonora gilipollez.
Si el PP sueña con mantener su suelo de votos – el techo se ha derrumbado tiempo atrás-, no puede tolerar que sus candidatos hieran la sensibilidad de sus afiliados, votantes, héroes y familiares de sus asesinados por la ETA. Dicen que el PP ha cambiado, y yo me lo creía. Reconozco mi error. Nadie del PP del País Vasco, nadie del PP de la calle Génova, nadie del PP de la nueva generación que aspira a gobernar Madrid, ha emitido ni el más leve susurro de protesta por las palabras de ese majadero. No sirve, a estas alturas de la infamia, una desautorización política y convencional. Sólo sirve la expulsión inmediata del sorayito, su sustitución por alguien dotado de más sentido de la justicia y la dignidad, y la invitación de que en las próximas elecciones tenga el libre derecho de votar a Bildu.
Duele hasta su nombre y primer apellido, de ahí mi sugerencia para que supla la «c» por la «k». Carlos Cano fue un extraordinario cantante y compositor. Su versión de las habaneras de Cádiz y de Sevilla de cuyas letras es responsable Antonio Burgos, es sencillamente prodigiosa. No merece que un cobarde acomplejado, un sorayito infiltrado en una buena esperanza, se llame y apellide como él. Este Carlos Cano, o Karlos Kano, que hoy aspira con el PP a la Diputación de Guipúzcoa, llevado y guiado por sus complejos, ha traspasado los límites que separan la majadería de la villanía. Y se ha sumergido en ambas dimensiones, mientras Pablo Casado guarda silencio por la cobardía heredada.
Escribo, por razones insalvables, con dos días de antelación. Este artículo, si no yerro, se publicará el próximo jueves 31 de enero. Si en esa fecha, Carlos Cano permanece como candidato del PP a la Diputación de Guipúzcoa, Pablo Casado valdrá mucho menos que nada. Y me duele escribirlo, porque mi voto lo tenía asegurado y ya lo habrá perdido. En una democracia, perder un voto por cobardía es más doloroso que perder la decencia, eso que tanto nos falta.
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