Opinión

Los salarios ganan peso en el PIB

Durante los últimos años hemos podido escuchar que la recuperación económica que estamos experimentando desde 2014 ha sido una recuperación «desigual». Es decir, que aunque es verdad que la economía está creciendo, ese crecimiento no está permeando a los ciudadanos más pobres de nuestra sociedad, sino sólo a los más acaudalados. Uno de los indicadores más evidentes de esta expansión desigual es que, según se nos ha dicho, el peso de los salarios dentro del PIB no deja de caer: una porción cada vez más grande de la tarta nacional va a parar a «los capitalistas» y, en consecuencia, una porción cada vez más pequeña a «los trabajadores».

Semejante argumentario fue siempre tramposo desde un comienzo. Que las rentas salariales perdieran peso dentro del PIB no significaba necesariamente que los capitalistas se estuvieran forrando: dentro del PIB también se computan como «rentas no salariales» otras rúbricas que nada tienen que ver con las ganancias de los capitalistas. A saber, los ingresos de los autónomos, la depreciación de las inversiones pasadas y un «autoalquiler» que se le imputa a todo propietario de un inmueble que resida habitualmente en él (es decir, al 80% de la población española). Eran estas partidas –y no los beneficios empresariales– las que engordaban dentro del PIB y las que, en consecuencia, hacían que las rentas salariales perdieran peso.

Ahora bien, tras los últimos datos del PIB de 2018, ni siquiera es necesario tener que explicar que las rentas salariales pueden perder peso en el PIB sin necesidad de que lo ganen los grandes capitalistas. En el cuarto trimestre de 2018, el peso de las rentas salariales en el PIB se ubicó en el 47,4%, sustancialmente por encima del 46,7% registrado en el cuarto trimestre de 2017 y ya por encima del 47% marcado antes de que arrancara la recuperación (en el cuarto trimestre de 2013). Es verdad que todavía nos falta para un trecho para alcanzar el porcentaje previo a la crisis (48,5% en el cuarto trimestre de 2007), pero la trayectoria es claramente ascendente.

De hecho, si en lugar de analizar el peso de las rentas salariales en el PIB estudiamos su valor absoluto, comprobaremos que la masa salarial ascendió en 2018 a 570.551 millones de euros: el dato más elevado de toda la serie histórica (incluso por encima del máximo anterior, registrado en 2008). Es verdad que se trata de datos sin descontar la inflación, pero incluso así es relevante poner de manifiesto que, desde 2013, el agregado de salarios en nuestro país ha aumentado en 85.236 millones de euros anuales, esto es, un 17,5% (frente a una inflación acumulada de sólo el 2,8%).

En definitiva, la recuperación económica también está alcanzando a los trabajadores y, más en particular, a los trabajadores más pobres. No estamos viviendo, en contra de lo que se proclama desde algunas tribunas desinformadas de extrema izquierda, una «recuperación desigual»: el índice Gini marcó 34,7 en 2014 (el registro más elevado de toda la crisis) y tres años después ya había descendido a 34,1. Habida cuenta de la evolución seguida por el Producto Interior Bruto obtenido en 2018, es harto probable que durante este ejercicio se haya reducido adicionalmente. Un mayor crecimiento económico es igual a más empleo, y más empleo tiende a ser menos desigualdad: por mucho que les cueste reconocerlo a quienes siempre se opusieron a las políticas que posibilitaron esta sana recuperación.