Opinión

Chinos

Escribo desde mi norte. Un alivio que reduce las pasiones y las tensiones. Pero no del todo. He comprado el pan en el mercadillo de Comillas. Un pan redondo y rotundo. En Cabezón de la Sal, donde se puede encontrar en sus comercios lo mismo que en Nueva York, he resuelto la renovación de mi seguro de caza. Sí, de caza. Soy cazador y a mucha honra. Pero ahí ha surgido mi preocupación. Me han asegurado que unos chinos han adquirido un gran local para montar un negocio. En este rincón privilegiado de la precosta y costa montañesa, que abarca desde Alfoz de Lloredo a Valdáliga, pasando por Mazcuerras, Novales, Ruiloba Comillas y San Vicente de la Barquera, los chinos no son habituales. No tengo nada contra los chinos, pero son una barbaridad de chinos los que han llegado a España durante el último decenio. De lo que no hay duda es del muy diferente concepto de la simpatía y la cordialidad que tienen respecto al nuestro. El oriental no permite que la expresión de su mirada muestre sus sentimientos. El saludo de un chino es lo más parecido a un regaño o un chorreo. Y no producen riqueza para el contorno de sus negocios, porque todo se lo llevan ellos. Son rarísimos los chinos, y en la comarca de mi paraíso están bastante preocupados con una posible invasión.

Los chinos invaden en silencio, calladamente, piano, piano como crece la bellota de la coscoja. Esta frase tan absurda, la del crecimiento piano, piano, de la bellota de la coscoja se la he fusilado a Jaime de Foxá de su maravilloso «Solitario», el jabalí de Sierra Morena y Andújar que se metió a literato. Se adelantó a los tiempos. Si el doctor Sánchez, con la inestimable ayuda de su agradecida Irene Lozano ha escrito un libro, un jabalí está perfectamente autorizado para hacer lo mismo, y más aún si su negro, en lugar de ser una periodista de prosa sin gracia, tiene el talento de Jaime de Foxá, hermano de Agustín y de Ignacio, ingenios luminosos. También en las localidades serranas se han instalado los chinos, que se llevan las cuernas y los desmogues de los venados y gamos para fabricar ungüentos eróticos. Son muy salidos los chinos, y prueba de ello son sus centenares de millones de individuos. Aquí asesinamos a los niños que van a nacer y en China nacen 50.000 chinitos cada día, y en algún sitio tienen que acomodarse, porque en la China no caben todos.

Los chinos imponen. Pero no conocen a los pasiegos. Un pasiego de inteligencia media es capaz de llevar a la enajenación más zumbada a un numeroso grupo de chinos. Y en Cabezón hay mucho pasiego, y eso nos va a salvar. Un pasiego es muy capaz de entrar en un comercio chino, permanecer ahí durante horas, preguntar por los precios de todos los productos, y cuando los chinos de la caja se están frotando las manos con la cuantía de la compra, el pasiego se marcha saludando a su manera sin gastarse ni un euro. Pero me pregunto qué se le ha perdido a los chinos por estos predios. Aquí somos muy leales con las costumbres, y lo exótico no termina de interesar. Hace años, en Villacarriedo, una pasiega de las de armas tomar se casó con un chino al que pusieron de mote «Ton-Tín-del-Ku-lín-». Fue el único chino llegado a España que se marchó de España sin mirar hacia atrás. Le hicieron la vida imposible, y la pasiega le obligaba a ordeñar todos los días a las vacas, alimentarlas, limpiar la vaquería, hacer los quesos, empaquetarlos y venderlos en un puesto ambulante de mercadillo. El chino se escapó, y todos se quedaron muy contentos con la huida del oriental, y la más contenta la pasiega, que casó con un paisano y hoy en día es el colmo de la felicidad.

Esto de los chinos lo escribo porque estoy harto de hacerlo de determinada gentuza que amaga tras las bambalinas con herir a España. Pero no es sólo excusa de descanso mi reflexión. En Madrid, en Barcelona, en cualquier capital abundantemente poblada, la llegada de un chino más o un chino menos, no es asunto a tratar ni que merezca una conversación callejera. Pero en estos lugares, tan apegados a la tradición y al buen gusto, la presencia de los chinos preocupa hondamente. Intentan establecerse en los sitios tradicionales de la costa o sus cercanías, y no lo van a tener fácil, porque aquí siempre se ha comprado en los comercios de siempre, se ha comido en los restaurantes y ventas de siempre, y se ha bebido en los bares y tabernas de siempre.

Y mañana, de nuevo, hablaremos del libro del doctor que le ha escrito Irene Lozano para agradecerle el enchufe. Hoy por hoy, con el cielo azul sobre Ruiloba y el sol brillando en lo alto, soy tan feliz que me ha dado por los chinos.