Opinión

Elecciones en un país democrático

Estamos convocados a un conjunto de procesos electorales, todos los que, prácticamente, pueden ser convocados en un Estado democrático de Europa: generales, autonómicas, locales y europeas. Todo esto espero que contribuya a clarificar la confusa y preocupante situación crítica que atravesamos en España, por la que hemos de pedir todos los días la ayuda que viene de lo Alto, de Dios.

Y añado que los grupos políticos y los ciudadanos en esta tesitura miremos y velemos, como se miró y veló en la Transición, y que así nos importe por encima de todo España, el bien común, los derechos y libertades fundamentales e inalienables de las personas, del hombre, la dignidad de todas las personas, entre los que se encuentra como base el derecho a la libertad religiosa de todos, inseparable de la familia.

Que nos importe por encima de otras cosas legítimas la unidad e integración de todos en un proyecto común, en el que quepamos todos, de paz y justicia, de libertad y desarrollo integral, dentro de una verdadera democracia y de una ecología integral en el sentido que la define el Papa Francisco y de una sociedad en concordia y libertad, que se apoya en la familia en la que se sustenta la verdad del hombre y de la sociedad, su desarrollo, y progreso.

Y, también ¿por qué no decirlo?, que este conjunto de convocatorias electorales nos lleve no por los derroteros del laicismo, sino que nos haga salir de ese laicismo dominante hoy y nos lleve por sendas de una sana laicidad.

Espero, y así lo deseo, que todas estas convocatorias electorales contribuyan a la edificación de una sociedad nueva, de una humanidad nueva de hombres y mujeres nuevos que ama, promueve y defiende la vida y la educación en libertad y para hacer un pueblo unido de hombres libres, conscientes, críticos y creadores, con sentido y apoyados en la razón, servidores de la verdad que nos hace libres, abiertos a Dios y a su don de amor que nos hace hermanos, y superar todo enfrentamiento y exclusión. Que se busque y conduzca a una España sin enfrentamientos, en que cada cual pueda defender sus convicciones con respecto a quienes tienen otras, con versiones plurales en medio de los contingentes políticos. Una preocupación que debiera animarnos a todos, así lo pide la justicia, es lograr entre todos una ordenación política y social que satisfaga los derechos de los más pobres y distribuya mejor la riqueza común, así como los derechos de las mujeres en igualdad de trato con los varones, y de los jóvenes con perspectivas de futuro, de los emigrantes con planes de futuro y de largo alcance.

En resumidas cuentas, quiero decir que haga posible lo que Francisco ha dicho al mundo entero con su mensaje de paz en la jornada del 1 de enero de este año y en el histórico documento sobre la fraternidad humana que ha suscrito días pasados con el gran Imán de Al-Alzahar, y que nos ayude a recuperar los grandes mensajes que nos dejó el Papa Benedicto XVI sobre la comunidad política y la acción política, y sus mensajes para España, sobre todo lo dicho por él directamente a España en su viaje a Santiago de Compostela y Barcelona, que fue tan importante y que tan pronto parece que lo hayamos olvidado o que nunca lo hayamos escuchado y menos aprendido y acogido.

Que no se olvide que la democracia se sostiene y sustenta en la ética, la ética política, en valores irrenunciables que responden a la verdad del hombre, del que es inseparable el bien común.

Esto no es hacer política de partidos, sino solo buscar el BIEN COMÚN, al que todos estamos obligados, especialmente los políticos como acabo de decir. Esto lo digo desde la Iglesia y como hombre de Iglesia, como obispo, que quiere una Iglesia muy libre, muy independiente, sierva de Dios y servidora de los hombres, no comprometida con nadie y abierta a todos, una Iglesia a la que no se le puede acusar de que aliada con unos es adversaria de los otros. Y una Iglesia así no puede dejar de ser enteramente libre y fiel a sí misma, sin componendas ni mirando al tendido, fiel a lo que la constituye sustancialmente, que vive en el mundo pero que no es de él, ajena al poder mundano, sin poder, y, por tanto, no puede dejar de predicar y exponer su doctrina tal como lo pide el mandato que del Señor ha recibido, una Iglesia de todos que ama a todos, pero sin mutilar la verdad de que es depositaria, que es la única forma por parte de ella de ser servidora de todos, especialmente de los más pobres y de los que sufren por cualquier causa, una Iglesia, pues, que no quiere ni puede verse recluida simbólicamente en las sacristías.

Quisiera añadir un pensamiento que tomo literalmente de un gran cristiano, de un español de pro y gran amigo, al que admiro: «Me duele enormemente la confusión a la que se ha llevado a nuestro pueblo. Me duele enormemente que quienes tienen fe y desean que su luz no se apague en la vida social se encuentren atormentados porque no saben qué hacer. Es un problema de ética política y aun de moral cristiana el que los partidos se pronuncien claramente, no solo en cuestiones generales, sino en puntos concretos que afectan a lo más importante de la vida».