Opinión

La juerga catalana

Veo el informativo de Sandra Golpe. Estupefacto primero. Jodido después. La reportera, Blanca Basiano, con el micrófono bien sujeto, intenta contar lo que pasa durante la huelga, o la juerga, convocada ayer por los CDR. Dicen que pincharon. Diría que se divirtieron. La periodista grita para que nos enteremos. Relata. No la dejan hablar un grupo de estudiantes con esteladas y la intención de comérsela allí mismo delante de la cámara en directo. Esbozan cara de odio. Quizá algo imberbe, aún más peligroso. Una chica con pinta de niña bien saca la lengua. Otra lleva una lata de cerveza de una marca gallega y un cigarrillo que bien podría ser americano. Creen que viven su propio mayo del 68. Su momento revolucionario. Tan burgués. Un día contarán que incluso llegaron a acosar a periodistas, una profesión de riesgo, no en uno de esos lugares remotos donde mueren cientos de personas al día. Palestina, por ejemplo. Era Barcelona. La presentadora lo subraya. Horas antes durante el juicio al «procés», uno de los Jordis transmite al tribunal que aquel asalto a la consejería de Economía, cuando las hordas destrozaron coches de la Guardia Civil, fue una protesta pacífica. Lo expresa con determinación. En su cara se adivina incluso un halo de satisfacción. En aquella fecha la noche enseñó los dientes llenos de sarro. La imagen en «streaming» transmite una halitosis virtual. Parece que la palabra paz debe añadir otras acepciones en el diccionario. Para los secuaces del independentismo democracia es también una palabra que necesita de otro significado. La joven de la cerveza estará resacosa, orgullosa de esa borrachera patriótica. Su Jordi no la defraudó. Pero si algún día tiene hijos le reprocharán el aborto de su futuro que se quedó durmiendo la mona.